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Blogs de autor

Sísifo prefiere pólvora

Por 27 de diciembre de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Regalar es un gusto egocéntrico y un gesto aristocrático, sobre todo en quien da más de lo que la sensatez aconseja. Tiempo, empeño, recursos. Propasarse en la generosidad es sentir que se incurre en la excentricidad, y al cabo nadie olvida el regalo de un excéntrico. El problema del generoso compulsivo es que no siempre tiene los pretextos bastantes para dar curso a la comezón de dar, ni cuenta de antemano con la anuencia del receptor (recibir también tiene su ciencia y sus límites).

     Regalar de verdad, calificadamente -preocuparse, ocuparse, hacer causa preciosa de la búsqueda del regalo que porta el mensaje preciso-, es hacer una apuesta por el alarde. Se dispara una flecha directo al corazón de la parte receptora, presumiendo tener conciencia micrométrica de su ubicación. "Te conozco", queremos ya gritar desde el fondo de la caja, donde se oculta la prueba fehaciente, camuflada por una bonita envoltura cuyo papel consiste en dilatar el suspense y hacer de la ocasión un espectáculo. Un regalo calificado, por supuesto, es aquel que se entrega con premeditación, alevosía y ventaja.

     Pierden el tiempo quienes buscan pretextos para hacer El Regalo, pues cualquier ocasión le queda corta. Ahora bien, hay regalos que queman, más todavía cuando los recibimos con la estupefacción de quien no entiende ni comparte la razón de las mayúsculas. Prefiere uno el regalo pequeño del cariño grande que el regio regalazo de quién sabe quién, adivine el demonio con qué propósitos. Hay individuos que van por la vida con el Piaget envuelto en la diestra y el anillo de compromiso en la siniestra, y chicas que darían la vida por hallarlos a tiempo. Pero eso nada tiene que ver con el placer premeditado y alevoso que nos ocupa.

     ¿Qué le regala uno a quienes no conoce pero sí conoce? Ayer, mientras sobrevivía a las últimas horas de la Navidad y caía hasta el fondo de la enorme hondonada que la suplanta, me dediqué a adquirir uno de esos conocimientos chatarra sin los cuales se es poco menos que analfabeto: cómo extraer fragmentos de un dvd, pasarlos a MPEG-4, comprimirlos y enviarlos a un servidor. Nada muy complicado luego de unas doce horas de tropiezos que comenzaron por buscar poco menos que a ciegas los programas idóneos y culminaron tarde, sin que me diera cuenta de la hora porque ya para entonces me hallaba entre las garras del diablo cibernético. Divertidísimo. Porque insisto, esto de preparar los regalos es un quehacer profundamente egocéntrico.

     La lista es algo larga, hace más de seis meses que andamos por aquí. Hay, sin embargo, algunos reincidentes, cuyos nombres, reales o ficticios, siento hace tiempo la tentación de escribir. Los leo cada día, finalmente, y hacerlo me recuerda de pronto los años de la preparatoria, cuando ponía la mecha de un cohetón a la mitad de un cigarrillo agujerado y prendido, salía del baño con total sigilo y me asilaba en el salón de clases, junto a los aplicados que estudiaban durante los descansos, a esperar la explosión intempestiva y gozar del colapso consecuente. Ya entonces escribía con la misma intención, pensando en los posibles lectores como cómplices de mis fechorías. Leer hoy -cada noche, antes de perpetrar el consabido post– las palabras de mis compinches, de pronto estimulantes por desconcertantes (y de eso justamente se trata el juego) es también una forma de pararme a cargar combustible, amén de constatar que no estoy loco. O que si al fin lo estoy no soy el único.

     Guada. Tamiris Lippi. Escarola. Fátima. HjorgeV. Dulce Geisha. Gabriel Revelo. Mayté Palas. York Perry. Antonio Larrosa. Námor Adenip. Rana. Démina Demiana. Mentiría si dijera que escribo para ustedes, pues no lo hago siquiera para mí mismo. Escribo cada noche con el deseo de encontrar aventura, y con suerte meterme en un problema. Igual lo haría si estuviera en su sitio y me colgara un nombre distinto cada noche. Ahora que lo pienso, estallar un cohetón en el baño escolar es también una forma de regalar. Por eso se disfruta largamente, de los primeros planes a las últimas risotadas. Se quiebra la rutina, se fractura el silencio, se cuartea la nada. ¿Para qué más querría uno escribir, o leer, o explotar, si no para atentar contra el vacío?

     No sé cuántos seamos, ni lo sabré jamás. Esa parte del juego me emociona en secreto. Porque lo cierto es que todo esto del blog me sucede un poquito a escondidas. Salgo a la calle pretendiendo que no llevo una doble vida y casi brinco si alguien me habla de El Boomeran(g). No quisiera uno tener que dar la cara por sus delitos, menos por sus deleites. Cuando vuelvo a la casa y me siento a leer los comentarios alguien adentro empieza a descansar, sólo para tensarse media hora después porque hay que colocar un nuevo cohetón. Escribo luego considerando que no pasamos de veinte; ni para qué sacar el megáfono. Me acomoda pensar que este blog es un cuarto pequeño con más ecos que voces.

     Tarde y ya sin pretexto navideño dejo aquí los regalos, que son tres, a escoger:

Margareth MenezesFaraón, grabado en la concha del Teatro Castro Alves, en Salvador de Bahía. Antes de ella, creía ingenuamente que comprendía el mundo de Jorge Amado. Que es casi tanto como saber de amor sin haber sido nunca contagiado.

Babado NovoCai fora (Esfúmate). La milagrosa Claudia Leite ha hecho de mi casa un fervoroso sitio de peregrinación masculina. Ningún amigo acepta irse sin contemplar un rato el concierto bahiano donde la Leite exige ser canonizada in situ, asimismo filmado en la concha del Castro Alves.

Cassia EllerTodo el amor que haya en esta vida, de Cazuza, grabada en 2001, apenas unos meses antes de perderla, como el propio Cazuza en 1990. Dice la letra: "Quiero la suerte de un amor tranquilo, con sabor de fruta mordida (…) ser tu pan, ser tu comida, todo el amor que haya en esta vida, y algún veneno antimonotonía".

 

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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