Vicente Verdú
Este fin de semana empieza y, desde el primer momento se advierte que no se comportará a al manera en que lo habíamos soñado días antes. Incluso, es posible, que dentro de él nos descubramos imaginando todavía una oferta excepcional y verifiquemos el patente engaño en que hemos convertido esos pobres días, acaso igual que todos, tan feos o tersos como todos y, artificialmente embellecidos por la ansiedad de hallarlos extraordinarios.
La vida, en definitiva no da mucho más de sí. No da más de sí a lo largo del trabajo semanal ni tampoco cuando el trabajo se interrumpe 48 horas.
Todo es sólo lo que es. Un recorrido de seres humanos, humanos organizados como productores, tan impotentes como subordinados, artistas o creadores. ¿Cómo suponer por tanto que el weekend sea de una naturaleza superlativa?
Los dos días del web end están compuestos por los mismos ingredientes de los demás días. Ni se cura ni se agrava la adversidad en ese periodo, creado para soñar y que nunca se declaró medicinal ni se autoproclamó indemne en la semana de las cuarenta horas. Ese fin de semana, como sus antecedentes y consecuentes, pertenece a una misma sustancia vivencial y tanto más cuantos más fines de semana se hayan vivido.
La alegría de la primera vacación, el júbilo del primer fin de semana, se celebra como un galardón del pero, poco a poco, en la veteranía del cargo, el fin de semana se revela tan reiterativo como el resto y llega, al final de la semana, brindando no la recompensa a la firma del contrato inicial sino como una cadencia del tiempo que se dirige al deterioro perfecto y su irreversible tumba de la jubilación.
Sería preciso, contar con una afición o una actividad especial, guardada en ese arcón repetido del week end, para ir hacia ella compuestos por una lusión, tan fuerte como clandestina, para realizarse en ese escondrijo el yo; son de esta clase las vocaciones sostenidas para pintar, componer música o escribir en los fines de semana. Lugar, aparentemente mítico, aparentemente separado del orden de todo lo demás, donde han brotado, aunque de forma insólita, grandes artistas, conquistadores de su verdad personal, saliendo del armario en medio de un guardamuebles sin orden ni razón.
De modo que, por el momento, piensan muchos, en tanto nadie pueda librarse de su indeseable obligación laboral, el amateurismo aparecerá, de cara al futuro, convertido en la verdad-verdadera de nuestra personalidad, por el momento sofocada repetidamente en la cotidianidad laboral.
El resto de los días, los laborables los de empleado, serian el teatro de nuestra falsa vocación, representado allí, en aras de la verdad clandestina, expresada en el weekend la estampa de una naturaleza ordinaria o vulgar.
Las identidades, firmes, las diferenciales y fuertes corresponderían al fin de semana. Vocaciones sofocadas por el orden de la producción anónima en tiempos de acción laboral serían liberadas de esa obligación en los weekends, lapsos de paraísos de verdad y libertad, custodiados como nombres propios.
O, dicho de otro modo: no es el fin de semana quien se quita de en medio los cinco días laborables como signo de nuestra necesidad esencial sino los cinco días laborables quienes se oponen a nuestra vida esencial. De este modo inverso, la casa del fin de semana, es el cuartel de la resistencia a las jornadas anteriores y posteriores a su tiempo esencial.
El fin de semana es el castillo principal del yo. O, la excepción es el torreón de la felicidad mientras el resto trata de atentar en su contra. De ese modo la casa, situando allí el supuesto castillo, se galvaniza de verdad y el exterior se encubre en la mascarada.
La casa se enaltece como lugar de identidad y el resto como una jauría de depredadores de nuestra personalidad débilmente guarecida. De otro modo, invirtiendo los términos, el fin de semana tiende a ser la tumba de la normalidad pactad para bien del ser y su servicio normal sino como tranquilizante depresión de su grado.
El fin de semana como bache del quehacer dignificado y como propicio lugar para que sus cenizas y fracasos se depositen en su seno.
Fin de semana pues como una suerte surte de bache o decaimiento del nivel general del territorio, trinchera donde si, de una parte, nos creemos protegidos de los ataques ajenos. de otra nos presagia el principio de nuestra alineación. La piedad por los seres humanos no debe conocer límites, no atiende a fronteras. La calamidad de ser un individuo de la misma y vasta especie, alistado en la producción, conlleva un halo de necesidad fundamental, una triste ternura, un aura gris que el fin de semana no puede eliminar sino que por el contrario, sábado tras sábado, domingo por la tarde tras domingo por la tarde, hace flotar como los peces muertos o casi agónicos en la pecera de Matisse, las escamas coloradas -decoloradas-que apenas se mueven en la pecera