Vicente Verdú
Pocas veces ha sido mi tema la piedad. Pero trato de mostrar piedad ahora por todo el mundo universitario de buena voluntad, profesores y alumnos que se encuentran en esa bendita institución y cuyo universo va cayendo en pedazos, algunos mefíticos. Mi memoria de la Universidad de los años sesenta (aún bajo el franquismo) es tan gloriosa y la de mi padre tan excelente que cualquiera se sentiría tan humillado, defraudado y atormentado hoy por el nivel, la categoría, las intrigas, la mediocridad y el desaliento de quienes hoy componen esa organización. Siempre hay excepciones, por supuesto, pero es el tufo que desprende su generalidad es igual a ingresar en una atmósfera entre podrida y miserable. Insalubre, desalentadora, mezquina, ignorante, canalla. Así es como ahora veo a la Institución y estimo a tantos de sus directores. Gentes responsables a las que con tanta veneración admiré y con tanta ilusión correspondida obtuve de sus conocimientos, su trabajo y su dignidad. ¿Adiós a todo esto? No lo padezco directamente pero sus efluvios me llegan como un tósigo que jamás pude llegar a imaginar.