Vicente Verdú
De la misma manera que hay leyes restrictivas en la circulación para tratar de que la gente no muera, deberían implantarse leyes restrictivas laborales para impedir que la gente no perezca. O sea infeliz.
Que todavía no se haya hecho efectiva una limitación real de la jornada laboral es tan grave como no proteger el cumplimiento de cualquiera de los llamados derechos humanos.
La democracia no es posible sin el derecho a un tiempo bastante para sí. La libertad no es concebible en este siglo sin una desahogada parcela tiempo libre. Esta obviedad se considera sin embargo tan superficialmente que la crueldad se multiplica.
El handicap para la felicidad, la comunicación familiar y la salud general que supone no poder conciliar el trabajo y las relaciones personales queda todavía ignorado por la tenebrosa inercia de la esclavitud. Ser trabajador no debe considerarse equivalente a ser explotado y una democracia moderna comete un fraude radical si no supera pronto esta ecuación.
En una economía de servicios, en una sociedad de la información y la comunicación, la raquítica disponibilidad de tiempo libre representa el rotundo engaño del sistema social. No hay ideología que pueda justificar esta constricción, no hay formación política digna de existir sin atender a los tiempos de vida. El espacio exiguo de la vivienda privada se tiene como un estrago. Pero ¿y el tiempo exiguo para vivir privadamente o no? La más importante y crucial batalla de cualquier partido contemporáneo debería centrarse en las facilidades para disponer de tiempos. La lucha de clases acaso haya derivado en simples clases de vida pero esa simpleza constituye hoy el corazón de cualquier auténtica revolución. Sin una tasa suficiente de tiempo propio, la injusticia social persiste y se multiplica por dos: se prolonga la prisión productiva de antaño y se dobla el sufrimiento con la improductiva merma de la alegría, el recreo y el amor.