Vicente Verdú
Los males de amor suelen ser de los más dolorosos pero, a la vez, de lo más vulgares. Basta escuchar una letra de una ramplona canción romántica aludiendo a desengaños, traiciones, separaciones, melancolías, o desentendimientos para sentir un alivio personal notable e inmediato. El mal de muchos consuela a listos y tontos pero consuela a quienes se creen más listos que los demás hasta que los tontos reproducen punto a punto sus penas seleccionadas. Una pena, en fin, necesita el prestigio de la excepción para mantenerse alta y activa. Por el contrario, cualquier contrariedad, se abarata y reduce si la observa repartida masivamente y sin importar el destinatario. He aquí, en fin, el supremo beneficio de la comunicación y la información en la sociedad de la información y la comunicación de masas. En la medida en que constatamos que nuestro dolor amoroso lo siente a la vez una multitud de gentes pasamos de cultivarlo con esmero a repelerlo, de saborearlo a rechazarlo. Aquello que nos iguala a la muchedumbre nos anula, aquello que nos hace desaparecer como receptor singular tiende a introducirnos en el anonimato, aquello que descubre la naturaleza no excelente sino común de la experiencia, reduce lo más extraordinario a la ordinariez, convierte el banquete en rancho, la tragedia en folletín, la obra maestra en panfleto y el padecimiento en pasto.