Vicente Verdú
¿Son las personas de hoy mejores o peores que las de antes¿ Pero ¿antes de qué? ¿Antes del capitalismo? ¿Antes del capitalismo de consumo? ¿Antes del capitalismo de ficción?
En España se construyó un linde histórico que determinaba con nitidez un "antes" y un "después de la Guerra" ¿Fueron mejores o peores las personas después de la Guerra? Y extendiendo esta referencia a Europa; ¿qué puede decirse de los europeos y de Occidente en general?
Una firme premisa ha sido que las Guerras y, concretamente, nuestra Guerra Civil, se proyectó tanto sobre la calidad de los productos como sobre la calidad de los habitantes. Lo bueno de verdad era cosa "de antes de la guerra". Los precios justos, los alimentos más sabrosos, la probidad de los comerciantes se glorificaba equiparando su naturaleza o su conducta a los de aquellos que existían antes de la guerra.
Antes de la Guerra se sufrían grandes penurias e inmediatamente después más calamidad. Algunos signos populares, como el café, se anunciaba en las pizarras de los establecimientos de los años cuarenta y cincuenta como "café-café". E incluso como "café-café-café" puesto la confianza en la honradez se había perdido y ya todo o casi todos se vendía adulterado. Pradójicamente, sólo era blanco en el mercado negro. La mentira se extendió en la posguerra como una inocua metralla y tras los sangrientos bombardeos de la contienda.
A la muerte de las personas, civiles o militares, sucedía la muerte de la verdad de las cosas. Una pérdida se completaba con la otra y las mujeres se pintaban una raya negra en las piernas de arriba abajo simulando que llevaban medias. Medias de cristal, por supuesto, que en el mercado negro se vendían veinte veces por encima de su coste. Un dólar en Estados Unidos, 20 dólares en el bar Chicote de Madrid.
Poco a poco, sin embargo, con la reconstrucción de los países y la prosperidad creciente llegaron las importaciones de café auténtico y medias de nylon accesibles. En el comercio internacional, a la mayor exportación de mercancías mejores correspondía la importación de mercancías fiables.
Durante 25 años de auge, tras la Segunda Guerra, tanto en la economía como en la política occidental las mercancías tendían a ser porgresivamente buenas y paralelamente, las familias bien avenidas y las instituciones protectoras, socialdemócratas o religiosas, mejoraron el recuerdo del pasado.
Varias crisis cíclicas sacudieron el buen humor y el buen honor desde los años setenta a los años noventa del siglo XX pero ninguno de tales percances negativos oscureció el carácter de la sociedad.
Esta Gran Crisis actual, sin embargo, se comporta materialmente y virtualmente como un corrosivo sobre la misma condición humana. No sólo han crecido los parados en grandes sumas y, a la manera de las bajas en una Gran Guerra permanecen como moribundos, sino que los productos de casi cualquier orden han empeorado en su composición y su duración. Aumentan las gangas, en su doble acepción, y han multiplicado su presencia bajo el concepto de low-cost.
La degradación de los materiales y la calculada obsolescencia de los artefactos, la inferior calidad de los tejidos y de la vida en la electrónica se se corresponde con la alarmante en la calidad moral de las personas, sean ejecutivos, sacerdotes o ministros.
En los años cincuenta, el acero, las arquitecturas, las mesas y las sillas, las bicicletas y los coches estaban "hechos a conciencia". Poco a poco con el capitalismo de consumo agigantado en los años setenta empezaron a proliferar mercancías frágiles y efímeras más propensas a estropearse o deshacerse que quince años antes. Y bajo este designio han seguido fabricándose artículos en casi todos los órdenes hasta nuestros lúgubres días.
Confecciones y montajes provenientes además de países sobreexplotados, no sólo inmorales sino desmoralizados, no sólo exportadores de basuras a bajo precio sino incluso de medicamentos basura, han compuesto una época de lo falso, la falsificación y el timo.
De las basuras conscientemente fabricadas como basuras debe responsabilizarse también a los importadores países ricos y de las basuras como modelo general del valor ( los bonos-basura, la comida-basura o los subprimes) a la naturaleza del capitalismo especulativo o "capitalismo funeral" y de cuyas carnes ya corruptas nacieron tanto los enseres y materiales defectuosos, contaminantes, venenosos y las gentes mafiosas, ominosas, podridas.
Hay actualmente más organizaciones solidarias e internacionales que nunca pero su presencia no equilibra el poder de las organizaciones criminales. Más bien el crimen organizado, en cualquier grado, es el paradigma de la nueva economía delictiva y las ONGs forman en repetidas ocasiones parte del mismo desfalco y latrocinio.
Otras ONGs no forman parte del crimen. Son organizaciones humanitarias veraces pero el descrédito de cualquier institución, la estafa de casi cualquier organización, la lenidad de la justicia, la mala calidad de los gobernantes o los ejecutivos han creado una atmósfera de pantanosa inmoralidad en la que chapoteamos todos.
Quedan, nacen y se hacen todavía buenas personas pero no es la cosecha que caracteriza a la contemporaneidad. El sistema se abastece, sobre todo, de agentes malvados y mientras mil libros incitan a triunfar arrasadoramente dos o tros aluden a amar al prójimo y practicar yoga. Más aún: todo occidente ha quedado como un almacén del mal. Un fracaso de la bondad, de la felicidad y el amor al medio ambiente mientras Oriente, sus budas y su lasitud, se tienen, idealmente, como el depósito donde se concentra el bien-bien.
¿Hacer el bien a los demás? La mayor parte de las religiones que pregonaban este arte de vivir feliz han sido corroídas por sus propios pecados, sean de mendacidad, estafa, corrupción o pederastia.
El Mal es Nuestro Mundo. La Gran Crisis es la tercera guerra mundial. Los ciudadanos tratan de salvarse uno a uno y hasta los capitanes abandonan el barco antes de que el pasaje llegue a los botes.
El eslogan de que "cada cual se la pele" ha venido a ser la película más repetida, los argumentos de las series televisivas más vistas, las conductas, reales más corrientes.
Esta corriente va en el sentido común del vertedero y las almas nadan en sus aguas como peces de piscifactorías cargados de plomo. ¿Ser bueno? Solamente cuando una persona muere puede estarse seguro de que se la estimará buena. Es preciso morir para incitar entre los vivos el antiguo sentimiento de caridad. Por el contrario, es casi imposible sobrevivir normalmente sin poseer algún recurso asesino.