Vicente Verdú
"A esta edad -decía Juan Goytisolo- los premios ya no me importan nada". Acababa de recibir, hace unos días, el Nacional de las Letras a los 77 años. A los 77 años justos ha recibido ayer Juan Marsé el "Cervantes". Buena parte de los periódicos titulan diciendo que, por fin, tras tantos años de espera, el premio llega a la cita con él. Pero estas citas, efectivamente, como las citas amorosas, no son en la senectud las mismas que en la juventud. Y no sólo porque la fatiga propia de vivir impida una celebración más briosa sino también porque, al cabo, muchos de los premiados hace ya tiempo que se sienten involuntariamente transportados por la sociedad desde su calidad de autor a la categoría de institución y, como se sabe, mientras al autor se le atribuye espontáneamente el beneficio de la creación a la institución no se le atribuye, prácticamente, nada bueno. Y desde luego nada innovador, sorprendente o genuinamente creativo. De ahí que los premiados acojan los premios con la ambigüedad correspondiente a verse tratados en una parte menor como individuos y en la parte mayor como monumentos. Lo primero permite evolucionar sin límites predeterminados pero el monumento se colmata en los confines de su instauración. Más aún: el monumento acaba con el bullicio de la vida del insigne. Será acaso un nuevo insigne para la posteridad pero a cambio pierde la vida de la actualidad. De hecho, buena parte de los escritores premiados, premiados como creadores de excepción, son ante todo conocidos y admirados no por su última o más recientes producciones sino por una o dos obras que realizó hace decenios, cuando era inconveniente otorgarle estos importantes premios a un joven. La importancia del galardón se presenta pues con la solemnidad temible de una distinción a título póstumo o demasiado, demasiado, tardío. En consecuencia, ¿cómo esperar que el premiado no perciba dentro de su justificable felicidad un acre sabor funerario? ¿Cómo no sentir a través de ese laurel demasiado aplazado el peso de un arreglo floral que culmina el epitafio?