Vicente Verdú
Una prueba patente, y muy patética, de la perversión política se padece hoy en España a propósito de la llamada negociación con Eta.
Ni uno ni otro de los dos grandes partidos parece tan interesado en el centro capital del asunto como en sus flancos, a derecha e izquierda, que representan sus adversarios políticos.
Conseguir un acuerdo para terminar con el terrorismo lo desea hasta el último de los españoles pero los términos de ese acuerdo que deberían, obviamente, implicar integralmente al Estado y no a una facción política dan lugar a que el mayor esfuerzo se dedique a querellas interpartidistas con el ojo puesto en la próxima convocatoria a las urnas.
¿Han perdido los partidos su razón fundacional y se enroscan patológicamente en la conservación del poder a cualquier precio? No solo en España parece que es así. El aparato partidista en conexión con otras edificaciones de poder ha enajenado la ideología política y, en su vacío, se ha instaurado la perversión de mandar por mandar.
Acaso siempre fue así y no lo vimos con nitidez. La novedad ahora reside en que, legitimado y popularizado, el porno la obscenidad es total. Y estomagante.
Nadie merece nuestro crédito moral. Acaso merece nuestro apoyo oportunista, cínico y circunstancial.
El cruce de intereses personales (privados unos, públicos otros) ha gestado un enorme ovillo de innobles y ominosos detritus. Una y otra vez cuando el líder del partido se apoya en el atril y clama hacia el fondo del palacio de deportes todos ven que busca su provecho particular. No el bien de la ciudadanía completa ni tampoco, siquiera, lo mejor para los pasivos ciudadanos que representa. Su discurso trata de robar el voto del bolsillo al elector y continuar haciendo caja en la siguiente comparecencia que, poco a poco, le conduce al momento crucial del escrutinio.
Su tarea, a fuerza de desgastar el afán, la astucia y el estudio, de vencer al adversario político, se convierte en un quehacer de bajo vuelo, cuando no rastrero e inmoral. No se hará esto o aquello si no conviene al recuento; se emprenderá por el contrario cualquier operación de marketing, por falsa que sea, si sirve para orientar ocasionalmente la voluntad del elector ocasional.
El fin del terrorismo es el deseo de todos los españoles y no españoles. Pero el terrorismo y las víctimas del terrorismo, con sus mutilaciones, sus muertes, su desesperación, se introducen como materia energética en las armas de destrucción masiva hacia el partido rival, sin garantías de respeto y dignidad. En medio de una obscenidad palabrera sin apenas freno, van lanzándose pedazos de carne y dolor entre unos y otros, en un maniobrar tan siniestro que como poco se merece el aborrecimiento de la inteligencia y del corazón.