Vicente Verdú
Veo a los niños
comportarse
como vegetaciones
precoces.
Los veo reír
impunemente,
los veo bregar
sin modos
ni finalidad.
Son niños sin
nombre propio
y sin propósito.
Seres humanos,
(supuestamente)
que no conocen
el destino,
ni la tragedia,
ni el valor de la riqueza
ni la miseria común
Niños sin pasión.
Habitados por un cascabel
y una lámpara
y una cereza.
Sin certezas.
Ausentes de la suerte
o la adversidad.
Son sólo
subproductos
de una mina,
de una pastelería
o del sentido común.
Ejemplares
de una mecánica cuántica
(cárnica),
una fábrica de conejos,
y una ensalada del mar.
Niños y niñas
sin reglas o
ambiciones coloradas,
sin sentido del deber,
o del vicio de pensar.
Su tierno volumen
se compone,
en esencia,
del espacio
desocupado e interior.
Ahí empieza y termina
su daño,
su desorientación,
su sino
sin sí ni no.
Vivos sin mente
para reconocerse
suficientes o vanos.
Semovientes
sin programa alguno.
Bladíes modelos
se una especie
de cuyos vestigios
son una secuela
en espiral.
Sin edad,
sin aflicción
debida la aflicción.
En ese juego se enjuagan ellos.
En ese juego nos enjugamos.
Hipócritas o creontes.
En el concierto
que musicaliza
su encantadora
ignorancia.
Nuestro inocente
y terrible
temor
a morir.