Vicente Verdú
Las traviesas. Los raíles,
Las estaciones de tren,
la irrefrenable pérdida del amor,
las fugas de presos,
los cadáveres de la riada.
La lluvia de esparto,
la sangre en la carretera,
el infarto sobre el mármol
del vestíbulo
en el hotel.
La bomba que alza
racimos de niños
sin brazos.
Los racimos de moscas
hambrientas
de ambición.
Los platos sucios
del asesino,
el caudal de las
cloacas,
el destino amenazante.
La mala suerte popular.
Las sombras sin prestación.
La tóxica pobreza
popular.
Los rincones
de arañas
ominosas.
Los pantanos
verdosos,
virulentos.
Las escuelas de cucarachas
huyendo.
Los peces reventados,
las caras tumefactas,
las médulas cancerosas,
las serpientes reptando
sobre los suelos
del templo.
Las caricias falsas, plateadas.
Las mentiras criminales
El aborrecimiento innato.
La necesidad perpetua.
La penuria oxidándose.
El alma humana
en un muladar verdecido.
de orín.
Las viciosas perdices
de los ojos
Los virus incurables.
Corrosivos.
El desánimo
incurable, irredimible.
La lamentación constante.
El color dorado y remachado.
El perfume de un incienso
fétido, constante.
Los millones de bacterias
bullendo para matar.
Los millones de neuronas
sin fundamento defensivo.
El asco del propio cuerpo
en la autopsia o en
el hospital.
La catástrofe del organismo
incendiándose de lástima.
La gratis vulnerabilidad
de los mortales.
Los mortales
vivientes,
vanamente.
Los insomnios selváticos,
plenos de alimañas.
La ilusión cretina
de permanecer.
¡Cómo dejar
de observar
tanta ignominia!