Vicente Verdú
Relámpagos de murciélagos,
manchas celestiales.
Grandes campanas de muerte.
Y una circunferencia rosa
ribeteada de angustia
en el cenagal.
Hermanas,
sumidas en hábitos,
descendiendo
como una sucia cascada
a pies de la gran marea.
Mantas, camiones embarrados
sacos cargados de pan.
Medicamentos, ahogados,
hectáreas de naranjos
podridos.
Ahogados por el agua
de la inundación.
Cuerpos desnudos
o despedazados.
Hinchados los ojos.
Ahítos los labios
y azulado el corazón.
Ruedas de caucho,
oraciones
sin respuesta alguna.
Una lluvia caudalosa
con biseles de burdel.
Invasión de espléndida
cólera sin color.
El pesar de los olivos,
las higueras,
los granados,
los naranjos.
Las cabezas del vergel.
No había fuga
ni alimento.
Ascendieron los desperdicios
y la tremenda basura
fue el balance
de esta enlutada riqueza
del estercolero.
Del negro a la realidad.
De la veneración a la chimenea
infame
o el conducto
por donde
subían plegarias o pavesas,
ansiando restituir
un brillo claudicante
al filo deslucido
del pulmón.