Vicente Verdú
Una y otra vez
errábamos.
¿Cómo caimanes?
¿Cómo judías verdes?
Como ciegas tortugas
se repetía
el mismo proceso
de atardecer y lodo.
Se anunciaba
Enseguida,
muy pronto,
el galope
de los insultos desdichados
y aparecía, entre tablones,
el siempre inocente
reflejo del vaso
y la cuchara,
posados en la
cara campesina
del mantel.
Casa Manolo.
Presagio ya
del colérico
baile de babas,
conociendo ya
,de antemano,
aburridamente,
los endebles
soportes
del embate.
Broches de latón
y brochas viejas.
Liza sin arco.
Liza sin fin.
Caracteres conocidos
como la naturaleza
de los zapatos usados
y las sábanas.
Una violencia
de corazón sin sol.
Así discurría,
sin honor,
la ceremonia
que anunciándose
como un clarín
guardaba
la voz recalentada.
La ira
desafinada,
el argumento
ahíto.
Un sofocante
son, por tanto,
hasta hacer
sangrar
un charco
morado
que anegaba
los platos.
Una hemorragia
azul,
que empapaba
los textiles.
Un enjambre
de falsas
medallas sin mérito
cayendo sobre el menú.
Idea atufante
de un delirio
ante un tribunal
adormecido.
Y la presencia
inane ya
del amor o la razón,
entre seres que se amaron
y mordieron.
Remedos baratos hoy
de víctimas
entre mollejas.
Sede popular
donde unas
mandíbulas de cartón
triscaban el reclamo
del vicio
rebozando
el error.