Vicente Verdú
Una esquina de dolor
se posaba
en ángulos
extremos
como astillas
de hielo.
Y una sombra,
paralela al rumor,
acompañaba las blandas
embestidas que se posaban sobre
el costillar,
los fémures,
las muñecas.
El cuerpo
había
adquirido
una inesperada
personalidad
e interpretaba
laudos
y mensajes.
Unos perfectos
símbolos del miedo
se agrupaban
sobre hondonadas
o se extendían
como tules.
Matices de
delimitado
color.
Lamidos de animales
acostumbrados
a tratar con la desdicha.
Un conjunto
opaco
que fue
de muchas maneras
puesto que
Nadie lo había previsto
ni tampoco
deseaba con obscenidad
hacerse ver.
Hacerse ver adicionalmente.
Sólo la adicción es adición.
Y, al prolongarse,
por días y semanas
fue instalando
una plantación
de criaturas
y consignas
a la manera de una tropa
que, por fatalidades,
se habría instalado en
estos recintos.
Mientras el cuello
seccionado
había perdido la voz.
Había ganado su voz.