Vicente Verdú
En la vida, es decir, en Facebook.
si no se consigue captar
a un número mayor de seguidores,
no significa
que el mensaje (mesiánico)
sea de peor calidad
sino que, sencillamente,
el mensaje no es-
o sí lo es-
del agrado de la multitud.
¿Qué multitud?
Facebook hace ver
que tras el ojo de
cada rostro
una faz preside,
con muchos ojos distintos
el espectáculo moral
y visionario.
Superseries oculares que,
como una gran boutique
de suburbio,
deciden
el brumoso mundo de la mirada
u su resultado fatal.
Porque ¿qué miran esos ojos?
Miran y miran condenadamente.
Y, como es habitual
miran obsecuentes
a través de sí.
Miran hacia los escritos,
miran las películas,
miran los cuadros,
tanto como
hacia los estragados efectos
de un atentado
en Bratislava
en Kula Lampur
o en Berlín.
Todos los espectadores son
altos especialistas
en catástrofes humanas,
en los estragos,
en los gravísimos bombardeos
del mundo corriente
y del sentido común.
Los espectadores son compuestos
cuya fórmula,
vista de cerca,
fulmina la ilusión de ser
"el pacífico artista".
Los contempladores de cuadros,
los visitantes del Louvre,
los turistas del MOMA
o los falsarios
supuestamente interesados en
el falso Hermitage de Málaga
son, después.
sujetos temibles.
Potenciales asesinos
malhechores
que matan el arte
precisamente
sin ninguna intención.
La mirada al cuadro, la lectura del libro,
la visión del móvil o la televisión
son autovisión.
Asunto de los consumidores enanos
pero regla de todos los humanos en general.
La mirada hacia sí,
el acunamiento primitivo
no reside sólo en la madre,
no reside pasivo
en el pecho del dictador
sino que crece optimista,
como un tumor o
alegre enjambre de células
que se asocian
al modo de una estratagema,
para morder la identidad
poco a poco,
y, finalmente,
el latido del corazón.