Vicente Verdú
Tratamos
a la felicidad
como a un vestido
de quita y pon.
La atribuimos a unos
que nos
parecen
,de lejos,
tan brillantes
y distantes
que lucen
en un redondel
esmaltado.
Un anillo
seleccionado
de fortuna
impenetrable
sea con la voluntad
con el trabajo
o con la fe.
Sufrimos
por los que padecen
manifiestamente
y a los que restamos
toda molécula feliz.
Y existen
otros muchos,
del montón,
que son felices
o no
arbitrariamente,
al son del sol.
Ganan
o pierden
sanan o enferman,
son ricos y se arruinan,
pobres o viejos
y, en cambio,
y sonríen.
Este artefacto,
no deja
de moverse
o encajonarse
veleidosamente.
Sigue
sin riendas
recorriendo
a la población viva
desnudando,
hiriendo.
cubriendo
de plata.
Viene a ser
la felicidad,
momentáneamente
atrapada
una bella fantasía
de arena
y estrellas
falsificadas
de mercurio inasible.
Racimos de luz
donde vamos a
probar
la alegría.
Pero, de nuevo,
la alegría,
hecha escamas,
sale brincando
a una velocidad
y en una dirección
inaccesibles.
Sale citándonos
Den la lontananza
a su captura
tan imprecisa
que nos lleva
sin excepciones
al transparente
delirio
de la eternidad.