Vicente Verdú
Láminas celadas,
y una flora esmerilada,
componían el espectro
de la muerte opaca, sombreada o transparente.
Nada trágico si
se circunscribía,
en rigor,
a un lenguaje de imágenes
abocetadas.
Visiones silentes
que interaccionaban
entre sí como hermanas
difuntas
y cuyo conjunto
promovía un cierto
caleidoscopio,
tan extraño y cándido,
como un diálogo
de filamentos y gasas
vivas o extintas.
No era autorizado entender
al enfermo
su transcripción
sino que un formado especialista
dominaba
el secreto lenguaje
de la consigna radiológica.
Un especialista que,
ajeno al idioma humano,
hallaba la muerte silente
o fatal
allí
donde sólo se mostraban
sombras eminentes,
difusas y frías,
contaminando el espacio
de una autónoma melodía.
Melodía de las tinieblas,
el silencio y la luz.
Demediada la voz
por la verdad cifrada
a través de la muerte
tan inexcusable
como la desconsolada
sinrazón.