Vicente Verdú
El crimen pasional,
encharcado de sangre,
no fue conocido
por testigo alguno.
Ni hubo vecindario
ni vídeos domésticos
ni medios de comunicación.
Una veladura gaseosa,
un manto absorbente,
trompetas vacías
ahogaron el suceso fatal.
Porque, muy a menudo,
las porciones cerebrales
tienden a diseminarse
en ciertos líquidos
pigmentados de verde
o de carísimo azul.
Una gota adicional
acaso
de tinta violeta
o rosa amargo.
Notas que compusieron
el canto funeral
sin registro de sonido.
¿O no hubo funeral?
El desenlace,
por asfixia
o estrangulamiento
no dejó sustancia.
Fue una secuencia
sin adherencia
un sendero sin término.
Una cábala,
dentro o fuera
de lo visible,
convirtió el hecho
en transparencia.
Algo insípido o infinito.
Prolongado como un mar
sin horizonte alguno,
una acequia
cuyo veneno disuelto
no cesaba de manar.
Aguas verdosas
entre riberas malvas.
Corrientes de eternidad.
Eternidad
o metáfora vacua
de una figura
sin dibujo,
un infinito inconsciente,
un techo sin cubierta,
una cubierta sin cielo,
un cielo sin fulgor.
Naturaleza sin aliento.
Sacrificio sin representación.