Vicente Verdú
De su seno brotaba
una reiterada
escultura de luz.
Una llama
sin destino
que se licuaba
pronto
en la vecindad
de sus ojos.
Era imposible mirarla
sin beber
un sorbo
de su sencillo helor.
Una dosis
de otra vida
desprendida
azulada.
Vida salvada.
Trazos pálidos
y leves
sin asomo
de angustia
o de pasión.