Vicente Verdú
Lo característico de los mejores novelistas del XIX es que no trabajaban en nada que no fuera escribir. Eran tipos de la alta burguesía, nobles, bohemios, diletantes, sablistas o paniaguados.
De esa condición nace una narración de la sociedad semejante a la que procuran actualmente los sociólogos, aunque sin voluntad de estilo. Estos novelistas observan su entorno con la ventaja de no tenerse que ganar el pan y, en consecuencia, disponer de todas las fuerzas para pasearse, sea por las calles, los arrabales, los prostíbulos o los salones.
De su pesquisa obtienen historias múltiples, unas pertenecen a ese mundo marginal que no visitaban sus lectores y de ahí la excitación informativa. Y otras proceden de los mundos conocidos por el lector de la decadente nobleza interesado en los numerosos chismes a que tiene acceso el escritor ocioso y ambulante, de una variedad y cantidad que les da pábulo para la conversación, la murmuración y el ocio de las conversaciones y reuniones continuas.
El escritor que trabaja en otra cosa, como Kafka, tendría que esperar varias décadas y el apoyo de los críticos para flotar en la historia de la literatura. Los de la anterior camada bullían en sociedad porque, en gran medida, no eran sino sus cronistas, sus reporteros, sus periodistas del corazón traduciendo la información o el rumor en libros.