Vicente Verdú
El pensamiento negativo es una patología tan absorbente como la de una tenia. Absorbe la felicidad para trasformarla en detritus y no cesa de sorber de las sustancias más ricas su extracto alegre. Este parásito actúa como un voraz elemento que desde la clandestinidad, amparado en la invisibilidad, succiona para su cuerpo larguísimo aquello que es dulce, dorado, esférico, perlado, celeste, candeal, para convertirlo mediante un metabolismo raudo en un material de deshecho. Su acción es tan súbita que apenas permite un disfrute suficiente para bañar el sabor del confite, el olfato de perfume y la vista con un bosque de color. Inmediatamente la tenia engulle el síntoma de contento para volcar sobre su aparición un vómito desahuciado. En ocasiones se llega a tal perfección del pensamiento negativo que sólo se ve la felicidad a contraluz como desde una estancia en que domina asiduamente el miedo, la decepción, un aire suavemente podrido que termina abatiendo. En estas condiciones, sólo se ama ráfagas secas. ¿Cómo salir de ahí? Sólo si se piensa negativamente sobre lo negativo, una vez adiestrado en la negación, avanza su descrédito, sólo reconociendo el proceder de la tenia, su instinto torcido y parasitario se recobran raciones de paz.