
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Contra la idea de que las cosas eran caras y cada vez se ponía más caras ha sobrevenido el fenómeno general de las rebajas, los descuentos, la entrada igual a cero y el dos por uno a que ha llevado obligatoriamente la Gran Crisis.
La Gran Crisis ha forzado la invención de lo más barato y ha balanceado la imaginación de una punta a otra del mercado en un intento por vender, al menos lo mismo, o incluso más para ahogar el pánico que provoca la caída en las ventas. Lo barato trata así de salvar el desplome potencial de la oferta e incluso por el efecto de hecatombe que deriva de la oferta abatida o humillada O, lo que sería lo mismo, la oferta trata de salvar la cara gracias a perder su condición de cara.
No se trata de un juego menor. La derrota de la oferta, su merma o su grave reducción conduce enseguida a la imagen del hundimiento del sistema cuya vitalidad siempre estuvo asociada los aumentos en la producción, el comercio y la expansión material. El menos del comercio ha venido a suponer en estos meses el roído del pasado y, la pérdida en la cifra de ventas, la mortecina experimentación de un pretérito en que todo era menos.
Las ventas bajan y se contabilizan a la manera de bajas de una fuerza que va perdiendo poder y reconoce en su debilidad creciente un mal que proviene de tiempos que ahora regresan como enfermos para ocupar el espacio habituado a la agitación. La depresión es siempre el correlato económico de la depresión general o la depresión/paradigma.
Baja la presión, se ralentiza la fuerza motriz y tiende a pararse la máquina. Tiende la vida a encogerse, rebajarse, descontarse, acercarse a cero, tal como metáfora perfecta, la suprema metáfora del intercambio entre la vida y la muerte y la esperanza y la decepción.