Vicente Verdú
Los muebles tomados en su conjunto forman una primera población o población autóctona que ocupa, a su manera fundacional, la casa. El mobiliario forma por sí mismo, aparte de sus usos y prestaciones, un sistema autónomo que opera antes de que se hospede nadie y sigue operando, también, cuando la casa se desaloja, sea temporal o definitivamente.
Los muebles se comportan, como los demás objetos, menos como bultos esclavizados por la propiedad que como figuras de un cosmos encriptado. Cada pieza del amueblamiento se relaciona así antes y mejor con otras piezas del amueblamiento que con el carácter del usuario.
Más aún, la principal condición que define al mobiliario no es la prestación de servicio sino que como, puede apreciarse con frecuencia determinados muebles adquieren pronto o tarde un rango simbólico de tanta prestancia que jamás se somete a ninguna superioridad a lo largo de su existencia. Pero igualmente, incluso muebles considerados inferiores a primera vista defienden su independencia con toda energía, tan radical como convincente.
Se vive con los muebles y no sirviéndose de ellos puesto que tanto los seres humanos como sus enseres comparten la escena como una reunión de dos mundos constituidos.. En los casos más extremos, ni el muerto es capaz de absorber la personalidad de la cama por larga que fuera su agonía ni el sillón de orejas llega a ser una pieza que evoca, más allá de un intervalo, el aliento del huésped.
Cada mueble puede presentar un aire servicial como, en general, los demás objetos domésticos, pero al igual que sucede con el personal de servicio, odian secretamente a quien se aprovecha de ellos. De otra parte, los muebles de una habitación no se configuraron, desde el Gótico, como piezas únicas o aisladas sino que nacieron en racimo para armonizarse entre ellas a la manera de una plantación originaria y autónoma. El habitante llegaba después.
La mayoría de los muebles remedan desde hace tres siglos determinados rasgos antropológicos y hacen burla de ellos sea mediante las patas retorcidas, las asas imposibles, los cabezales deformados. Y de ahí también la facilidad con la que en los dibujos animados o las obras surrealistas jugaron con las patas o las piernas, los espejos y los rostros, sus brazos y los brazos.
En estos y otros muchos supuestos el mueble ridiculiza la vana prepotencia a la que se siente sometido y caricaturiza con sus piruetas la figura del proclamado amo. Pero del mueble no es siquiera amo el ebanista puesto que pronto en su fabricación el material adquiere otra vida diferente a la madera y escapa de sus amorosas manos. Adquiere una vida tan intensa que la visita a una casa poblada de muebles pero desierta de personas se escuchan voces y mensajes turbadores, todos ellos correspondientes a un universo pavoroso. Los muebles nos rodean y callados, expuestos a la observación, nos desazonan más que nos sosiegan.
La necesidad que se tiene de ellos contrasta con los tiempos medievales en que su patente ausencia comunicaba con dios y la buena conciencia. En el pensamiento mágico el vacío, el cielo despejado, convoca el prodigio mientras la habitación sobrecargada, la visión barroca lleva a la representación demoniaca o infernal. Imposible imaginar un milagro entre un cuarto de piezas (estilo "remordimiento") y, sin embargo, el aura divina cae sobre un solar despojado.
El confort del mueble burgués, temeroso de la muerte, contrasta con el confort medieval y su hálito de fácil pasaje entre la nada y el infinito. Una habitación medieval parece acabada aunque no contenga mobiliario alguno. Está vacía pero, absoluto, parece incompleta o desnuda. Se trate de una catedral, un refectorio o un dormitorio, las proporciones, las formas, los materiales dan plenos poderes a la arquitectura.
Con esta misma inspiración. la arquitectura puritana y pura de la Bauhaus simplificó el mobiliarios y diseñó el estar con elementos leves o ayunos. En la metáfora de la casa como útero o cobijo, la plétora de elementos remite a los pecados de gula. Pero también el pecado alcanzaba a la pretensión de ostentación, acumulación de tesoros o muebles suntuosos que despertaran la envidia de otros mientras simbolizaban la fuerza del poder mercantil.
La casa saludable de principios del siglo XIX respetaría la virtud de la higiene. Una virtud que emparentada con la medicina no agotaría ahí su significado. Los principios del concepto de higiene introducían, junto al aire fresco, una vigorosa libertad que deshacía penumbras y disciplinas morales. El interior se abría al exterior mientras quebraba su orden carcelario. El mueble oscuro y recargado pasaba a ser más liviano y claro porque, en conjunto, la liberación individual requería también la liberación de los enseres. ¿A qué otra cosa no alude el "armario" sino al "almario", y la consolación a, la consola ¿O cómo no constatar la asociación, de un lado, entre muebles pesados y periodos de economías estables y, de otro, muebles desmontables y economías volátiles?