
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
En los cuadros, sus esquinas, sus ángulos o sus límites marginales son de la máxima relevancia. El pintor que no resuelve bien ese pasillo hasta el fin del lienzo o el tope del marco, se arriesga a desequilibrar la obra o, más secretamente, a crearle enemigos aparentemente menudos pero de extrema virulencia para la estética.
Lo mismo puede decirse de las novelas, los edificios y las personas. Las esquinas o remates s dan empaque o miseria a la obra o al personaje. Si la presentación y la despedida son capitales para suscitar la valoración de un visitante, en la construcción una buena esquina conlleva distinción mientras que una mala deshace la eventual belleza del proyecto.
La arquitectura contemporánea puso mucho énfasis en las esquinas a partir de los años ochenta y adquirió esta moda duradera al constatar sus buenos efectos. Los edificios redondeados han sido en los últimos años muy frecuentes fueran destinados a sedes públicas o a estadios o a viviendas. Todos ellos , sin embargo, han caído pronto en el adocenamiento de su personalidad. Unos y otros se superponen como anillos de un juguete rutinario, unos y otros se copian con tanta facilidad que su impacto se degrada pronto.
Los otros, los edificios, con perfiles muy acusados, provistos de una proa, en ocasiones finísima como una línea, mantienen su carácter tal como en las personas la morbidez rebaja su efecto físico las aristas de una osamenta angulosa hacen inolvidable al personaje.
Estar en el filo y sentirse bien. Llenar el cuadro y concluirlo consistentemente enaltece su valor y su memoria. Son, además, mucho más convincentes sus términos, son más genuinos sus finales si no desflecan el conjunto sino que o bien inducen a su continuación cabal o estimulan su retorno. En la pintura, en la música, en la novela, la terminación, su límite, su última esquina es su última palabra.