
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Frente a la saciedad que con su colmo embota y parece no poder expresar nada, el ayuno aguza la dicción. Frente al colmo que termina en la obviedad de sí mismo el vacío se abre a misterios innumerables, millones de secuencias por rodar. Mientras el trueno se traduce limitadamente en la jactancia de su estruendo el silencio significa un ámbito donde cualquier música, cualquier ruido o murmullo, brota y florece en forma de racimo, tan complejo como de difícil enumeración. La luz invisible es la suma de todos los colores del espectro. Luz tan pura en cuya transparencia nada parece existir siendo, en realidad, la visión perfecta cuando, por el contrario, el sumo abigarramiento de los colores aturden el discernimiento del color. El personaje visionario de Shakespeare en Julio César es, naturalmente, un ciego. La ceguera que evadiendo cualquier contingencia cromática anticipa la sangre, la vida y la muerte, trascendente o más allá. No hay poeta verdadero que no sea este ser visionario. No hay visionario que pueda verse en su interior. No hay Dios, en suma, que posea la cualidad de ser visto por nadie puesto que de esta negación nace la capacidad para verlo todo y, en consecuencia, acabar con el Todo sea mediante el poder de la transparencia sea a través del prodigio de la especulación. El fin del dinero, la fortuna, el empleo, la realidad o su barata virtud.