Vicente Verdú
Ahora que he venido a leer a Jung accidentalmente, aprovecho para transmitir un fragmento de unas de sus Cartas recogido por la editorial Trotta en las páginas 64 y 65 de Sobre el amor.
Dice Jung: “Habría que contar con una especie de escuelas para adultos donde al menos se enseñase a las personas los rudimentos del conocimiento de sí mismos y del de los demás. Más de una vez se ha hecho esta propuesta, pero todo queda en el deseo piadoso, aun cuando todo el mundo acepta teóricamente que no puede existir ningún acuerdo general sin el conocimiento de sí mismo”.
Cuestiones de parecida naturaleza pasan de largo en el programa escolar. Puede discutirse que se enseñe religión o religiones en las escuelas. Pero ¿no sería indispensable que se ayudara a saber vivir mejor, a abrirse a los extraños, a considerar nuestra finitud, a aceptar la fatalidad de los fracasos y aprender a asumirlos, a reforzar la autoestima y la estima de la humanidad, a desarrollar la generosidad y el perdón, el valor de la conexión e interpretación de los demás, la cabal ponderación del éxito o el dinero? Mientras la educación curricular languidece, por todas partes se aviva la necesidad de aprender a discurrir.