
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Presentaba Iñaki Gabilondo los resultados de las elecciones en Galicia y el País Vasco sin poder eludir la palmaria sensación, nociva para su audiencia, de que estuviera refiriéndose, dijo, a un dèjá-vu.
Ciertamente, se trataba de un rollo.
Pero cuidaba entonces Gabilondo de hacer ver que, sin embargo, a pesar de la tabarra aparente, estas elecciones son importantísimas puesto que "debajo de las cifras" descansa la voluntad popular. Es decir bajo la hojarasca de los números yace el cuerpo sagrado del voto libre.
La santa misa también resulta un dèjá-vu pero bajo la rutina de la predicación del cura y todo eso yace la "palabra de Dios".
Todo lo que "yace" adquiere dignidad y se convierte, aderezado, en objeto de veneración. Todo lo muerto o yacente inspira respeto, todo ritual incomprensible llega a constituirse en un arcano donde anida la trascendencia en estado puro. ¿Seguiremos viviendo el aburrimiento de esta fe? ¿Nos enalteceremos como feligreses, como demócratas, como ciudadanos gracias al divino bostezo? De ese género tedioso vienen siendo una creciente cantidad de las imposiciones anacrónicas a las que deberíamos la máxima devoción.
El libro aburre a los niños, señal de que se trata del verdadero saber; el matrimonio perdurable aburre a los esposos, señal de su auténtica sacramentalidad; esa novela nos echa atrás, signo de su extraordinaria potencia; este arte nos resulta incomprensible, prueba de su extrema creatividad. Tantas y tantas cuestiones importantes son tan mostrencas que por ello obtienen su máximo nivel de presencia, inercia y opacidad. Lo que lo que nos duerme será nuestro prometido despertar. Las elecciones gallegas y vasca dos de los mayores ejemplos de lo insoportable han de ser seguidas para llegar a la cima del sacrificio. A la perfección del ciudadano aburrido y desencantado, argamasa propicia para que la autoridad, la jerarquía, los catedráticos y los políticos puedan construirse su casamata y su amenazada razón de ser.