
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
¿Por qué debemos reír cuando nos hacen una foto? ¿Todavía debemos reír para que la foto triunfe?
Los fotógrafos podían haberse hecho ricos de haber cobrado en dinero el regalo de felicidad que han entregado con sus celuloides. Fuéramos o efectivamente agraciados, la foto tradicional se proponía agraciarnos. No sólo captando el ángulo más favorecedor sino, ante todo, plasmando el o contento. No estábamos tan contentos ni teníamos, fuera de la foto, motivos para reír así. ¿Nos reíamos entonces de la foto? Nos reíamos, sobre todo, de nosotros mismos con la risa histérica que provoca sentirse , expuestos y observados con tanta atención y duración. Avergonzados de nuestro propio narcisismo recaíamos -y recaemos- en un nerviosismo que hacía fácil la sonrisa o en algo más.
Pero, de otra parte, a mayor abundamiento, el fotógrafo nos incitaba a reír o sonreír como una condición indispensable para desarrollar su oficio. Venía y le pagábamos para fotografiar felicidad. Real o fingida. Nos impulsaba a fingir felicidad para la foto y durante unos minutos nos divertíamos.
Pero ¿no entrarían en ese aparato, forense en sí, las sombras y pliegues de nuestro interior triste? Los fotógrafos tradicionales o, mejor, la tradicional cultura de la foto popular se hallaba dirigida por la misión de rellenar el mundo con instantáneas felices. Porque ¿si haciendo esto iba logrando pespuntear la imagen del mundo de rostros gozosos para qué interrumpir su empleo más común?
Efectivamente la foto en blanco y negro fue la que, paradójicamente, se empeñó más en convertir todo en color. O bien, la foto en blanco y negro que o bien cumplía una extremosa función forense o, en el otro extremo una tarea feliz. Todos se fotografiaban, en la boda, en el parque, en el viaje, en los bautizos y condecoraciones para conservar momentos de felicidad imperecederos gracias a la revelación (el revelado) del cuarto oscuro. Un lugar donde efectivamente si el blanco se hacía negro y el negro se hacía blanco. Una inversión que simbólicamente conduce a reprensar el mundo adverso como potencial mundo propicio. La luz al final del túnel, la sonrisa al final y para siempre.
Todo esto dejó de ser tan simple cuando la foto se hizo crecientemente artística y, más que dedicarse a presentar gentes riendo, fue haciendo denuncias de calamidad, hambre, almas complejas y pieles con pústulas o arrugas. El mundo se doblaba progresivamente en los clichés y a estas alturas prácticamente cualquier suceso, todos los sucesos y sus protagonistas, se hallan censados por la cámara.
Desde esta superabundancia de la impresión actual a la secular intención referida a las caras alegres discurre un espacio mental que transforma, al compás de la tecnología, la naturaleza de la fotografía. No somos más o menos ante ella. Ella es ante nosotros siempre mucho más. La ley del fotógrafo manda. Mandaba antes cuando nos pedía sonreír y manda en todas las circunstancias y es tanto policía como artista, tanto delator como creador. Lo bueno, lo malo, lo regular, la injusticia o la explotación, la guerra o la ceremonia de la paz son motivos sustantivos para la foto.
Pero ahora. Todo es ya fotografiable y hasta podría decirse que ya todo es prácticamente foto. El menor indicio se halla potencialmente fotografiado antes que la cámara lo apunte ahora. Hacemos y nos hacemos fotos sin cesar, unos a otros e, insólitamente, también a uno mismo. Vamos pasando la exterioridad al interioridad por el circuito impertérrito del objetivo. Cualquier hecho, importante o no, más o menos oportuno o inoportuno, halla su ocasión ante la cámara.
Y hemos vuelto, incluso, a reír, según la antigua usanza, para ser captados. No es ya necesario o preceptivo ese gesto pero viene a ser una forma de reencontrase con una imagen que celebra algo: que no vive contra sí sino sin pesar, a pesar de todo. Risas y más risas regresan como si se tratara de la abundante fotografía inicial de bodas, comuniones y bautizos., Regresa a través del móvil y de los demás artefactos disponibles para volver a solicitar nuestra cara risueña. Miles de millones de risas y sonrisaza se colectan cada día y sin conocido porqué. La única razón es la razón de la foto.
La foto, en los análisis de Baudrillard, de Barthes o de Sontag es una operación que despoja al objeto de importantes caracteres (su peso, su olor, su tacto) y, con ello, lo mutila. Sin embargo, poco a poco, la foto como arte y la foto doméstica han hallado atributos que no hallándose originariamente en el objeto han sido incorporados en el amplio proceso del fotoshop. Y aún más: la cámara como máquina política, como máquina de justicia, como máquina de ventas, como artilugio inspirado en la inmortalidad. La cámara como producción de muerte o de embalsamiento. La cámara de incontables cromos, infantilizando todavía mediante la risa repetida, las ganas de verse encantado de vivir.