
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Uno de los importantes detalles que condicionan un cuadro es el secreto de su simetría. No sólo se trata de los pesos que la extensión o intensidad del color va repartiendo en unas y otras zonas para producir una armonía y amenidad indispensables. La simetría del cuadro, más fácil de verificar en sus ángulos, debe existir pero nunca existir ostensiblemente. Los cuadros son en buena medida como los cuerpos vivos, se estremecen, se vuelven alegres o adustos con apenas una pincelada de menos o de más, más allá pueden morir por su propio hastío al que contribuye decisivamente una simetría ostentosa. En la simetría final de la obra la sensibilidad se agudiza porque todo cuadro de mala factura y que se descubre acabando y empezando igual en sus cantones no es sino más tedio.
También, todo cuadro que acabe olvidándose de su referencia supuestamente inicial se comporta como una novela absurda o sin cabeza, El sentido del cuadro abarca la compleja interacción de toda su superficie pero los extremos que marcan la simetría interna son capitales para que aquella pintura mantenga su carácter y dé a entender que vive por sí sola, al margen de nuestra vista. Todo ello porque la vinculación oculta pero fuerte entre su principio y fin lo convierten en un objeto puro.