Vicente Verdú
En el fondo del desconsuelo se prueba un caldo ácido. No puede decirse que esa destilación resulte agradable pero al probarla se siente una rara pulsión a seguir sorbiéndolo de nuevo.
Siempre, en el fondo de cualquier dicha puede detectarse un regusto amargo y en el poso de la peor tristeza una extraña felicidad.
El desconsuelo representa esta dualidad de una manera especial porque en el desconsuelo se une tanto un hundimiento basal del yo como una descolgadura relativa respecto al nivel de algún otro.
El consuelo conlleva por sí mismo una segura tristeza y cualquier efecto de consolación, protagonizado como actor o como víctima, adentra en una oscura bóveda desconsoladora. ¡Cuánto más no sentir ese desconsuelo en forma pura, entregado como un bulto aciago con el que cargar, tragar, colar. El caldo ácido y pesado lo simboliza bien. Un caldo que deglutido de golpe se deposita en el cardias sin aparente consecuencia inmediata pero que al llegar hasta el estómago se muestra con su peso de plomo, su color del amianto y la acidez de un animal en reciente descomposición.
De esta experiencia se deduce una pérdida de la firmeza y una dejación sensorial aguda que induce, aún de forma atormentada, a dar otro sorbo del veneno. De este modo el desconsuelo se desconsuela de sí, una y otra vez hasta el punto en que sólo parece posible ahogarse en él. Pero él sólo hallará la única salvación posible. Así, el desconsuelo por un amor perdido sólo se recompone en una consolación mediante otro amor (o el mismo) ganado y el desconsuelo de una traición, por ejemplo, sólo se cura en un episodio en que el traidor encuentra su horma en el padecimiento de otra infamia.
Se comporta, en fin, el desconsuelo como una emoción telescópica que se alarga y contrae, luce o se oculta, dentro de una misma receta. De este modo se explica que, sin pensarlo, vaya uno a beber de su propio caldo tal como si un plus de desconsuelo deshiciera su dolor y le hiciera regresar por el mismo carril hacia el restablecimiento del nivel suficiente para no sufrir el vértigo del desplome o la desconsolación.
Si hablo hoy del desconsuelo se debe tan sólo a la sugestión de la palabra, cuyo uso permitió hace días escribir un post muy hermoso a Xavier Velasco.