Vicente Verdú
Después de algunos intentos a lo largo de mi vida, he hallado finalmente la época justa para leer gozosamente a Proust, en este verano donde su busca del tiempo perdido coincide con mi codicia por recobrar el mío.
En gran medida dentro de esa obra (En busca del tiempo perdido) se encuentran los mandamientos capitales de la novela contemporánea, si es que la novela aspira todavía a la contemporaneidad.
Diez de sus principales ingredientes serían estos:
1) La recurrente presencia del sentido del humor, el modo de comunicación moderno por excelencia.
2) La fragmentación de las historias y de las reflexiones, lo que significaría la noble adopción del modelo del blog y de la comunicación segmentada, en general.
3) El desarrollo pues no de un poderoso y hegemónico hilo argumental sino de una red de experiencias que hiladas, entrecruzadas o en racimo ofrecen un tutti fruti para la mente y el corazón.
4) La novela no debe, desde luego, como anuncian las malas editoriales, cogerte por el cuello y llevarte así, del pescuezo, hasta su punto final. Contrariamente a estos modos, rudos y macizos, la novela actual ha de procurar holguras para introducir la inteligencia, espacios para respirar, pensar o interactuar.
5) La belleza de la forma y no el uso instrumental del lenguaje tiene que ver en gran medida con lo anterior. La lectura no es veloz y proyectada hasta el final –como en los filmes de acción, las novelas de misterio y cosas así- sino esencialmente una slow food, propicia para ser saboreada, discutida u olfateada de acuerdo a su variada composición interior.
6) También esta nueva novela debe ser hoy enérgicamente resistente al intento de llevarla al cine, al telefilme o al videojuego: la literatura auténtica, hoy más que nunca, debe alzarse como intransferible porque las historias novelescas del siglo XIX ya han sido desgastadas en sus diferentes modos de explotación.
7) La intriga debe considerarse un asunto menor o sin función porque el placer se obtiene no de la desazón policiaca o el sudoku correspondiente, sino de la inmediata degustación del texto, sin interés por descifrar un crimen o un arcano.
8) No habrá de pensarse pues en la estructura tradicional de presentación, nudo y desenlace. La narración literaria actual no debe presagiar destino alguno, tal como el destino no existe en los media, como el proyecto vital no existe ya en las vidas. Lo que sucede tiene la forma del accidente y el carácter de la inmanencia. Ha terminado el proceso y la trascendencia.
9) La introspección. El cine, la televisión, el comic valen para narrar peripecias exteriores y con toda vistosidad pero la peripecia interior es el patrimonio exclusivo de la escritura, su máxima legitimación frente a las otras formas de comunicación humana. Si la novela se justifica todavía sólo alcanza mérito en esta dirección vertical.
10) La voz, en consecuencia, la voz será la de la primera persona del singular. Transparencia total entre el autor y el lector, entre las aventuras, las pasiones o los dolores que comparten en la vida del texto.
El estilo en tercera persona es hoy el colmo de la cursilería, la vetustez, el amaneramiento o la insufrible pretensión de verosimilitud.
Frente a estos diez mandamientos se cometen hoy los correspondientes pecados capitales. Es decir, la novela sin escritura, la intriga por la intriga, la ficción ridiculizando su premeditación.
Muchos leen y suponen que están leyendo literatura cuando, en realidad, emplean su atención en enmascarados guiones de cine, en argumentos de telefilme o en simples bocadillos de comics.
¿Pero qué decir entretanto de los autores? Los más listos conocen su función de animadores culturales y se comportan con naturalidad y buen humor. Otros, sin embargo, quienes se tienen todavía por creadores o dioses a la antigua usanza –aun cometiendo esos terribles pecados- presentan la imagen más grotesca del mal novelista de nuestro tiempo. A su ignorancia de la época suman su jactancia, a su supuesta majestad su poética inane y a su viejo porte la solemnidad del trasnochado.