Vicente Verdú
Estoy asistiendo en casa a un fenómeno muy del gusto de Millás que, como se verá, no tiene ninguna gracia. La nevera supura. Puede calificarse el hecho de otras maneras puesto que la secreción es sólo de agua y llega a formar un charco que no llega a ser ni muy grande ni muy pequeño. Podría definirse como que la nevera llora. O también, como que la nevera padece incontinencia. O, trágicamente, que la nevera sangra.
No es sangre desde luego lo que mana pero lo consecuente con los fluidos interiores de una nevera sería el agua y de este modo la hemorragia presentaría una justa metáfora de su circulación interior.
¿Qué hacer ante este asunto? Todas las reflexiones y aproximaciones razonables que pudieran dar cuenta del mal las doy por revisadas y concluidas. Tampoco dispongo ahora de una asistenta –recientemente operada de un quiste- o una occidentalizada especialista en labores domésticas que aportaran su peritaje.
La única interpretación cabal conduce a un asunto paranormal. El charco aparece azarosamente, no se forma durante la noche o durante el día de una manera justificada y vigilable. La única constatación es que “aparece” a su antojo y en la absoluta soledad. No está cuando se pretende inspeccionar la habitación y se encuentra, ya formado, cuando se llega descuidadamente ante él. De este modo parece, al descubrirlo, que no soy yo quien observa unilateralmente al charco sino que el charco me aguarda y me mira. Me mira, además, desde su posición baja y aplastada, tal como un mendicante o un ser abatido. Lejos por tanto de sentir irritación ante su regreso mi alma se ve poseída por una lástima inconsolable y por una culpabilidad, además, sin rápidos paliativos. ¿Sufre la nevera un mal medular de importancia y soy incapaz de atajarlo? ¿Seguirá mostrándome estos signos de su padecimiento y continuaré sin ofrecerle algún auxilio?
La acción inmediata sería llamar a un especialista pero si me he resistido hasta el momento ha sido para no reconocer su valor antropológico al fenómeno. Porque, con toda evidencia, no sería un especialista cualquiera el indicado para aportar soluciones, sino alguien tan especial como inquietante. Tratándose de una avería sin más, un técnico vendría a repararla. Lo embarazoso es haber constatado que su desajuste procede más del espíritu que del mecanismo en sí, más de un ámbito emocional indefinido que de la materialidad de sus componentes. Efectivamente no será así puesto que nos han instruido suficientemente sobre la radical diferencia entre objetos y sujetos, personas y artefactos, pero cualquier ser sensible que presenciara la lastimera conducta de esta nevera experimentaría más o menos el desasosiego de que doy cuenta.