Vicente Verdú
Museos de la ciencia, del traje, del ferrocarril, del libro, de la basura, de la cafetería, la tipografía, el armario, la industria, el juguete o el armamento. Museos de cualquier especie y concepto, museos multiplicándose sin tregua, por epidemia, a través de los pueblos, las ciudades, las autonomías, las aldeas, como nunca antes se habría podido imaginar.
El museo es el soporte de la máxima arquitectura emblemática, la estampa suprema de la nueva urbe y su prestigio visual. Nada más significativo en la postal y nada más significativo, a la vez, de esta época crítica sin muerte.
Frente a las indefinidas construcciones destinadas a espacios para inventar, concretadas en naves sin apenas vistosidad (MIT y ciertos emuladores aparte) la vistosa edificación para conservar. Frente a la desaparición de la muerte en las secuencias de la vida cotidiana, la ocultación de la Historia bajo el proyecto divertido del museo.
El miedo al final, en uno y otro caso, se recicla gracias al bucle del entretenimiento en los tiempos del capitalismo de ficción. Muerte sin tragedia, historia sin dramas. La vida y la visita, la visita o la vida coinciden en el seno del turismo. El museo abolido como dura representación del pasado y derivado jovialmente en representación. La función teatral sin misión añadida, la función sin función ni defunción. Como también, ahora, inevitablemente los medios de comunicación no extraen de la crisis su pestilencia de muerte sino tan sólo la inodora sensación, el sensacionalismo de una gran explosión espectacular, la formidable réplica que sigue a la formidable orgía anterior como voces de igual noción: el espectáculo ruidoso o el clamor que conjura el silencio de la muerte, la desfachatez de la fachada museística que anula su contenido, el descaro de las primeras páginas de los periódicos que acallan la metralla humana y promueven por ediciones equivalentes la intercambiabilidad entre el hoy el ayer, el bien y el mal. Espacios sin apenas cesura del presente continuo. El presente sin más. La muerte inodora y divertida, desviada de su abismo y encaprichada con en el carrusel, en el jovial recreo de la circularidad.