Vicente Verdú
Mi amigo psiquiatra decía que para descifrar por qué se dijo aquello por aquella persona concreta hay que preguntarse ante todo por las circunstancias de la persona, su experiencia, su manera de estar. Después, como complemento, viene el asunto y los factores concretos que suscitan el comentario. Con la regla del psiquiatra se camina sobre pistas que orientan para poder adentrase en el corazón de los otros y conducirse mejor en la relación. Pero también, el desarrollo de esta atención permitiría saber sobre la vulnerabilidad del interlocutor, sus puntos fuertes y débiles, y en último extremo aprender a la manipulación de los demás sea en el mal sentido o en el sentido terapéutico.
Hacer sonar al otro pulsando sus emociones es un juego de gran fascinación que paradójicamente solo se obtiene no afianzando el ego sino allanándolo para que detecte las evoluciones del yo de los demás. En esta conquista de la empatía se puede llegar a ser un gran benefactor o un gran torturador, dos potestades que corresponden a los dioses capaces de conocer para su dominio los múltiples registros del alma humana. Algunas, no muchas, personas poseen esta facultad de un modo intuitivo y es llamativo como, en situaciones en las otro se hallaría completamente a oscuras respecto a los sentimientos del prójimo, aquella persona especial puede seguir negociando con los términos de su dolor y de su consuelo.