
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
La cuantificación ha marcado el desarrollo de la civilización. Y de la barbarie. Esta Gran Crisis se apoya en una estampa compuesta por una aglomeración de cifras sobre el paro, la deuda, la morosidad, la caída del PIB, la reducción del comercio, el cierre de empresas, el déficit público, las reducidas cotizaciones bursátiles y así hasta un empachoso y tupido panorama que como una costra de la decadencia, una purulencia de la piel, recubre la contemporaneidad. De esa superficie poblada por la contabilidad y el recuento, herida por las variaciones de los índices y las cuantificaciones negativas se obtiene el rostro de la época. La Crisis se representa en ese rostro progresivamente demacrado en cuyo aspecto se plasma el rostro del terror. Pero se trata, todavía, de una formación cuantitativa. El espanto que provoca en los economistas y políticos pasa a través de los despachos y los expertos institucionales para hacerse, aún, diagnóstico cuantitativo y predicción cuantitativa cuya significación sólo entienden acaso un grupo de especialistas que hablan por televisión. Este proceso cuantitativo, invariablemente sensacionalista, no ha cesado de discurrir en estos meses y a la vez que agrava sus relieves, coloniza la máxima ocupación de la verdad. De hecho, prácticamente la suprema Verdad actual posee la naturaleza de la crisis. Los rasgos emocionales, genéticos u organolépticos poseen un mismo sabor.
Una amargura general satura la época y la sociedad se reconoce a sí misma encuentra con su organismo enfermo, su mente embotada y la náusea reapareciendo una y otra vez. Tiempo aciago. ¿Son las cifras -tan temibles como abstractas- las que han generado este malestar global? Las cifras, sus números vermiculares actúan al modo de bacilos que penetran los cuerpos y extienden sus dominios por cualquier punto de lo social? Y ¿no será, a su vez, la misma Gripe A, la primera patología médica que en términos de pandemia se corresponda cono la patología económica a través del bucle que la ignominia de las cifras ha imbuido en lo social y el malestar consecuente ha recaído sobre cada salud del ciudadano?
Un aro mortífero anilla nuestro presente. Todos nos vemos ceñidos por una perniciosa conjura que sobrevino de la noche a la mañana, a partir de la angustia de los activos tóxicos, los bonos-basura o las miasmas de las hipotecas subprime. Algo tiene que pasar comentaba la multitud cuando asistía y participaba en el delirio de la especulación pero, a la vez, en ese periodo, la vida no dejaba de prosperar y, en consecuencia, de dejar ver la destrucción. Mientras la economía navegaba en alcohol y la especulación brillaba, era imposible avistar un tenebroso porvenir. Algo tenía que pasar, nos decíamos, pero su conocimiento real se presentaba imposible puesto que, en el delirio, la realidad se borra y, propio de la borrachera es el buen humor. El mal aspira espontáneamente al bien, el dolor busca alcanzar el placer, pero el placer rehuye el dolor y el bien aparta de sí, para ser efectivo, las menores huellas de la adversidad. Frente a las cifras exultantes ¿cómo contar la hecatombe? Todos intuíamos que iba a pasar algo pero aquel mismo pensamiento que flotaba en la abundancia se oponía a toda falta de liquidez. Llegado lo peor, súbitamente, el mundo trata de vomitar su locura. He aquí la angustiosa fase de la depresión.