Vicente Verdú
"Si no encuentras solución a un problema agrándalo", decía Churchill.
La Naturaleza actúa siguiendo este método pero también instintivamente los seres sociales y la sociedad entera.
Los terremotos que reestabilizan la Tierra en el punto en que el desequilibrio se hace insostenible, las parejas que se divorcian cuando la infelicidad ha crecido hasta hacerse inaguantable, la crisis del sistema económico cuando sus contradicciones se agigantan.
Mentes apolíneas presumen de previsiones precisas y soluciones anticipadas pero, en general, la gente es mayoritariamente dionisiaca, cada vez más dionisiaca en el seno de la orgiástica cultura de consumo y necesita, por tanto, que las circunstancias se agranden la fiesta o la agonía llegue al colmo para que tanto el problema como su remedio resulten espectaculares. Y esto es así porque el espectáculo compone el espíritu del tiempo y puesto que el tiempo, siempre en presente, no admite intervenciones que no respondan al mandato de la inmediatez, la urgencia y el extremo estilo terrorista.
Los importantes problemas sin resolver aún y sus hecatombes (nombre con el que los griegos designaba al sacrificio de 100 bueyes) son la medida general de nuestro tiempo. En el catolicismo conspicuo los feligreses se iban confesando y comulgando a lo largo de su vida para no toparse con la sorpresa de una muerte en pecado mortal pero las Grandes Figuras de la Historia, los seres humanos o los hechos trascendentes, se presentan sin agendas ni cálculos preventivos, cambian los hechos reventando los problemas como furúnculos o saltando ellos mismos en pedazos como héroes. La exasperación del problema lleva necesariamente a la exoneración del problema, por el recurso a la cirugía para que, de una vez, el dolor desaparezca.