Javier Rioyo
Me gusta mucho ésta escritora que nunca pierde ni el humor ni el gusto por la provocación. Se llama Cristina Peri Rossi, llegó a Barcelona en los primeros años setenta, escapando de la dictadura de su entonces no tranquilo país, Uruguay. Aquí se quedó, aunque a veces confesara que "tengo un dolor aquí / del lado de la patria". Ahora acaba de ganar un importante premio de poesía, el mejor dotado de los no oficiales. La primera mujer que gana un Premio Loewe, después de veinte años. Publica con facilidad, tiene eco, trabajo, libros, colaboraciones, pero hubo un tiempo que todo era distinto. Se salvó por la escritura. Por saber hacer de sus penas, poemas.
"Barcelona 1976:
El exilio es gastarnos nuestras últimas
cuatro pesetas en un billete de metro para ir
a una entrevista por un empleo que después
no nos darán"
Mujer que ama a las mujeres, que hace homenajes a sus queridas, también a sus "perdidas", en batallas de amor. Poeta que gusta jugar con las palabras, esas que te salvan o que te condenan.
"Cansada de mujeres
de historias terribles que ellas me contaban,
cansada de la piel,
de sus estremecimientos y solicitudes,
como una ermitaña
me refugié en las palabras"
No es poesía lo último que de ella he leído, son unos cuentos rescatados por "Tropo editores", pequeña, exquisita y cuidada editorial que desde Zaragoza rescata libros que estaban escondidos. El de Peri Rossi es un libro de cuentos, "La tarde del dinosaurio" que se escribió antes de que Spielberg pusiera de moda a esos perdidos seres de nuestro pasado. Conocemos otros dinosaurios pero nos gustan menos. En el prólogo, Julio Cortázar, habla de los cuentos fantásticos, esos relatos que como los de Peri Rossi, son como "una de esas casas interiores, y que cada relato propone un avance por habitaciones, galerías, patios y escaleras que absorben al lector y lo separan de su mundo previo….Y ya no hay victimas ni victimarios en esas habitaciones de la casa; el último de sus visitantes sólo alcanza a pronunciar una palabra inútil: Piedad"
Ayer, cuando la premiada tuvo que hablar, volvió a decir que una de las constantes de su vida, de su obra, estaba también en esa palabra: Piedad.
¡Que extraña la piedad! Paz, piedad, perdón, eso es lo que pidió Manuel Azaña para los perdedores de la injusta guerra. No fueron capaces de ninguna de las tres. No eran como Peri Rossi.