Vicente Verdú
Nicholas Carr, un profesor de literatura, se ha sentido espantado tras comprobar que había perdido su capacidad (netamente profesional) para leer texto largos. Asustado, ha escrito un libro, Superficial. ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? (Taurus) que no se debe uno perder. O bien se halla cualquiera de nosotros tan perdido, según el profesor Carr, que no habrá ya, en el futuro, capacidad humana para leer un libro.
Y así entramos en esta aporía de la información y el conocimiento muy del estilo del tiempo. Entramos en este superabuso (y gratuito) de la información que necesariamente sepulta la ocasión del conocimiento. Sabemos de muchas cosas pero al no pensarlas son como porciones alimenticias que no absorbemos, pastillas que no metabolizamos y cumplen así con el desideratum posmoderno del ligero tránsito intestinal.
Pasan muchas cosas y tantas más gracias a los infinitos medios de comunicación en la red. Pero además pasan todas ellas a gran velocidad y delirante premura para dar lugar a las que empujan detrás y requieren también su oportunidad de viaje por el tubo intestinal.
Precisamente la bulimia tradicional se ve remedada y doblada por la bulimia de los elementos informativos. El ocio que antes era un dejarse llevar para sesiones de dos horas o para contemplaciones de un fin de semana se viene a sustituir por un arrebatado consumo de inputs de la Red. Sean estos inputs las redes sociales las búsquedas que llevan de aquí para allá. Incluso esa absorción de trago corto no sólo ha terminado con nuestra flora mental o intestinal sino con el florecimiento de supuestas libertades más allá de la pantalla puesto que en la pantalla, según nos demuestra ella misma constantemente se encuentra todo lo que hay por ver. La libertad de Túnez o de Egipto incluidas.
Más allá de la pantalla, al otro lado de la información, va levantándose un desierto humano puesto que en comparación con la abarrotada población y acontecimientos en el ordenador, fuera de él sólo se ve la milésima parte de lo que acaso ocurra o sin ocurrir suceda.
Meditación sobre el ahora, el presente, el ausente, el pretérito o el porvenir se vuelven ocupaciones hueras. La meditación era la esencia del libro. Su médula. Meditación para la oración, meditación para la reflexión y la adquisición de la memoria. Ahora, esa herramienta ha descarrilado y va a tumbos sin cesar. Pero la velocidad del tren sobre la red no acepta estaciones ni carriolas. Ni parones, ni pausas para recapitular. La misma sucesión de páginas sobre un mismo tema acaban por marchitar el alma del tema. Cada elemento en la red, cada flor informativa es un brote que nace y se mustia, que nace y decae como abono para que venga la siguiente a crecer. Es, en suma, la forma de la comida rápida y la bulimia que acompañada de su vómito deja sitio, y cuanto antes mejor, para las nuevas deposiciones los millones de impactos que llegan por todas partes y por todas partes atufan. ¿Cómo la mente no iba a quedar afectada de esta respiración?