Vicente Verdú
Un estudio reciente en la Universidad de Valencia ha concluido que la belleza produce efectos dañinos en la salud: no toda belleza ni la belleza a granel sino la belleza que el observador considera de altísimo nivel y, encima, hallándose en los atributos de una mujer o un hombre, es la mujer o el hombre al que no se puede conquistar.
La tensión se hace máxima entre el objeto codiciado y la impotencia de su posesión. ¿Cómo no habría de afectar a las secreciones internas o externas? El caos orgánico que provoca la contemplación de la belleza ha sido una constante tanto en la literatura como en la filosofía y la belleza se halla paredaña a la muerte en la fácil secuencia de lo bello y lo siniestro.
Lo feo que se hace extremadamente feo termina por ser ridículo y el ridículo lleva a la risa. Con ello se cambia la primera impresión desagradable ante la fealdad por la sensación agradable que llega riendo. Igualmente, lo bello puede hacerse tan extremadamente bello que comunica con lo monstruoso y lo que empezó siendo una fuente de bienestar termina convertido en la temible amenaza de lo excepcional o extraordinario.
Las pruebas de la Universidad de Valencia no posee el mérito de haber descubierto esta relación entre la belleza la muerte sino en haber comprobado fisiológicamente en sus propios alumnos las dolencias físicas que crecen en los deseos insatisfechos de conquista. Los alumnos enfermaban literalmente contagiados por la patología que la belleza se reserva.