Vicente Verdú
Una forma pertinente de ver esta crisis es considerarla como el auténtico o estallido de la Tercera Guerra Mundial. Su camuflaje no puede hacernos perder el sentido de su destrucción masiva. Tras aguardar más de medio siglo la fataliidad de una nueva Guerra Mundial, por fin esta Gran Crisis ocupa su lugar con todas las consecuencias. Ni las tensiones de la guerra fría, ni las largas disputas coloniales, ni las revoluciones socialistas bullendo por el Tercer Mundo desataron la reacción del capitalismo para aniquilar al comunismo. Las armas de disuasión paralizaban la batalla nuclear entre los dos grandes y al fin el Muro de Berlín cayó por su propio peso. Tampoco otros feroces conflictos en las fronteras de naciones con bomba atómica provocaron el enfrentamiento total que anhelaba la historia económica y que el sistema capitalista requería ávidamente para ponerse de nuevo al día. Gracias a una y otra guerra mundial efectiva, el capitalismo dio un paso adelante, se aseó, se recolocó, afinó sus estrategias. A una gran conflagración al comienzo del siglo XX siguió otra en su zona media y la lógica hacía esperable la deflagración siguiente en torno al siglo XXI. Una Guerra Mundial cada medio siglo como forma natural de la reforma interna, rehabilitación y arreglo. En cada ocasión el sistema aumentó su eficacia y multiplicó en poder y beneficios la magnitud de su dominio. También cada espectáculo guerrero superó con amplitud al anterior, extendió la contabilidad de muertos y heridos, las tierras y edificios devastados, las máquinas obsoletas que aceleraron su recambio por ingenios superiores. Ninguna guerra decepcionó con sus aportaciones de I+D y el tamaño de la tragedia se correspondió con la agigantada magnitud del tráfico internacional mientras las áreas industriales destruidas abonaron el territorio de las nuevas tecnologías del conocimiento (¿del conocimiento?) Si no se ha registrado la declaración de una Tercera Guerra Mundial ha sido sólo, ahora podemos decirlo, porque cuando esperábamos una declaración solemne que iniciara el combate ha sonado la calderilla de las subprime y también a diferencia de las dos anteriores conflagraciones -a diferencia de todas las guerras- la confrontación bélica ahora no produce efectos que afecten directamente a las instalaciones físicas. Eliminar al enemigo siempre conllevaba arruinarlo económicamente y esta acción se concretaba en el estrago de sus factorías, sus campos, sus armas y sus víveres. Ahora en cambio, la economía lo es todo y la eliminación del contrario no es tanto física como monetaria, más inmaterial que material.