Vicente Verdú
Una noticia en The New York Times asegura que los blogueros mueren antes. Mueren del corazón y por razón de la ansiedad o el estrés que les provoca el deseo de enterarse enseguida y a cualquier hora de cotilleos, percances o novedades. El anhelo de estar al día o, más exactamente, al instante, se corresponde con el incontenible deseo de vivir o no aplazar la vida un momento más puesto que el siguiente sobreviene enseguida para presentar otra súbita dosis de experiencia fresca. El ansia por no perderse nada así conduce a la necesidad de desplegarse, disgregarse, dispersarse, terminar por desintegrarse.
En las infinitas fuentes de información de la red se plasma el mapa extremo de la actualidad y el del ciudadano comprometido con su tiempo. No hay teorías globalizadoras ni sistemas que permitan engastar cada suceso en un diorama correspondiente y procure de este modo preparar el conjunto para una síntesis de la situación. La situación no es susceptible de sintetizarse ni tampoco cabe en el continente del receptor una explicación bastante, sino que el mundo se comporta, exasperado de mil efectos de actualidad, como un infinito plano de puntos infinitos agudos que son ininteligibles o inexactos sino que actúan como en la acupuntura mediante múltiples y simultáneos impactos. Para que la realidad pueda realizarse cumplidamente hoy se requiere multiplicidad y simultaneidad como consecuencia de ser tanto la multiplicidad como la simultaneidad las características maestras del actual estilo del mundo. Los blogueros que mueren para asumir esta realidad, y no perderse pues la extraordinaria orgía de vivir al día, mueren de la misma manera que los fashion victims, brillantes víctimas del fulgor de lo efímero. Porque ¿qué muerte más heroica podría concebirse que la ofrecida con el supremo propósito de no permitir que pase en vano una sola novedad?