Vicente Verdú
Hace muchos años, pongamos treinta y tantos, cuando todavía aspiraba a ser un buen poeta acudí a un concurso, el premio Ocnos, con un libro, luego editado, que se llama Poleo Menta. Ese volumen, como en otros poetas que admiraba, reunía corregidos y vueltos a corregir casi todos los versos que había escrito a lo largo de diez años. No era al cabo de tanto esfuerzo un libro extenso sino la condensación absoluta, pensaba yo, y de una intensidad incandescente, creía.
El premio Ocnos se lo dieron aquel año a Francisco Ferrer Lerín con una obra titulada La hora oval. Tendría que haberme bastado la belleza de ese título para reconocerle el honor de haber sido galardonado, pero cuando fue editado y pude leerlo me dejó literalmente de rodillas. No quise que pasara esa admiración sin ofrecérsela y le llamé a un pueblo de Andalucía para felicitarle y darle a saber de qué modo me sentía rendido y feligrés de su escritura. Tras no sé cuantos años de silencio acaba de publicar ahora Fámulo en Tusquets y es de nuevo su mano excepcional, la calidad innata e insuperable de su tino, lo que ofrecen estas nuevas páginas. Esta calidad radiante y algo más, muy estremecedor para mi: su vida.
Este libro se aparta de La hora oval no tanto por lo que hubiera evolucionado su oficio -que también- sino por lo mucho y grave que ha debido transcurrir por su vida. De la inocencia a la matanza, de la sutileza a la crueldad, de la sazón a la carne tumefacta.
Guardo ahora la impresión de esta diferencia porque la literatura que, en ocasiones parece como un juego o un oficio infantilizado, se revela aquí, en la grandeza de Ferrer Lerín, como el franco trasunto de un estrago. Lo que se lee en la impresión del libro es aún menos impresionante de lo que se ve detrás. Como con las novias que envejecieron horrorosamente al pasar los años y su rostro nos destroza, un profundo horror, como una tuneladora, ha traspasado la literatura de Ferrer Lerín. O simplemente, el tiempo engarzando horas de todo tipo, ha convertido las certeras lindezas ovales en tragedias carnívoras y el fino fluir de la línea en una sangría de la respiración.