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Estética de la huelga general

Por 29 de marzo de 2012 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Vicente Verdú

Tanto la huelga general como la huelga de hambre son temibles e importantes en tanto que la naturaleza de su fuerza es igual a la negación total. Fueron armas revolucionarias que representaban la refutación de lo existente. Oponían al sistema no ya el antisistema inmediato sino la desaparición del sistema. El punto cero de la revolución.

Pero todo ello ha perdido valor. Ni la huelga de hambre se hace efectivamente sin ingerir absolutamente nada, ni la huelga general lleva a la completa paralización del trabajo. De la primera huelga raramente se muere y de la segunda, raramente conlleva una plena abolición. Tanto un caso como otro son ahora teatralizaciones que recrean, como en las fiestas populares, momentos heroicos del pasado. Sea ese pasado perteneciente a la lucha de la clase obrera, sea remedo de los procesos en los que el individuo se inmolaba ebrio de su ideal.

El contenido de la huelga general, el fauvismo de la organización obrera o del ser humano que no cede al chantaje de sobrevivir, pretenden manifestar, en la ciudad o en la celda, la amenaza de producir un vacío pavoroso o un "no" demoledor. El capital posee el patrimonio, los órganos repletos, , mientras la clase obrera posee nada menos que la nada. A la bomba atómica que todo lo destruye se opone la bomba de neutrinos que deja las instalaciones intactas y ayunas de función.

Cabalmente, para que la huelga general alcance su excepcional categoría debe hallarse libre de cualquier excepción. Pueden seguir funcionando los servicios de salud hasta el grado en que no pueda imputársele ningún parecido terrorista pero ni un paso más. De ese modo, las fábricas, las calles, los comercios, los transportes ingresan en la desolación y se exponen como fantasmas, versiones del Manifiesto Comunista desfilando, como zombis, por la superficie de la sociedad.

No hay actividad, no hay movimiento, no hay nada. Que el seguimiento sea del 70 o del 80 por ciento no hace triunfar una huelga general. Ni siquiera un porcentaje mayor lo lograría porque así como una columna si no llega al techo es irrelevante la altura que tenga, la huelga general pierde toda su función, bélica y estética, si hay servicios mínimos en otro sector que no sea la sanidad.

Más aún: el servicio mínimo es la victoria del capital incrustado entre las filas del proletariado o del inmenso "precariado" actual. Con alguien respetando los horarios laborales en plena huelga general su condición pierde sentido. Su estampa se verá salpicada de esquiroles y perjudicada por la racional servidumbre a las necesidades que el Estado ordena. De este modo, la huelga general en vez de protagonizar la máxima escena de la "improducción" subversiva deriva en el aspecto urbano de una festividad.

Se parecerá pues, a los domingos, por ejemplo, y con ello lo que aspiraba a ser un arma del "esclavo" se transforma en un día del Señor. O lo que es lo mismo, se presentará como una jornada dentro de la semana laboral y su propósito aniquilador mutará en un efecto inocuo o testimonial. De ahí que el presidente del Gobierno pueda calificar a la próxima huelga general de "vana". Los mismos convocantes saben de antemano que esa acción no hará cambiar lo preexistente. La Ley no será alterada por turbulencia de la inacción (la inanición) sino que asumirá el suceso como otro dato contable y sin necesidad de revisar la vigente de contabilidad, sus recortes, sus normas y su arqueo criminal.

Con una huelga general los gobiernos quedaban antes "tocados" o malheridos. Ahora, sin embargo, quedarán incluso saneados: sea ante la Unión Europea que valora las extremas medidas adoptadas contra el déficit maligno, sea ante la misma sociedad que, muerta de miedo, sabe que ya no puede emplear, como un arma eficiente, morirse todavía más.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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