Vicente Verdú
La simetría es uno de los fenómenos más vistosos de la Naturaleza y casi su ley de oro. Sin embargo, el desarrollo de nuestra suprema especie humana se basa en la complementariedad sexual, frote erótico que termina generando vida.
Dos informaciones de la semana pasada, tan dispares como simbólicas, ensamblaron, no obstante, nuevos estudios sobre la simetría – distinguidos con el premio Abel, "nobel" de matemáticas- y el embarazo de un transexual de Oregón que interrumpió su tratamiento hormonal hacia el sexo masculino para concebir el hijo que no podía tener su mujer.
De este modo, mediante el sortilegio de la información simultánea y global, se dibujó un bucle tan imprevisible como soñado. El hondo anhelo de crear un hijo, negado al hombre, lo sustituyó históricamente el espíritu masculino por lo que se llamó el "afán". Las mujeres, como explicaba Landero, en Juegos de la edad tardía, no tenían "afán". Su proyecto vital más glorioso se "realizaba", literalmente, en la maternidad, mientras el hombre debía implicarse en logros sucedáneos que le ofrecieran sentido.
Para la mujer había un destino consustancial y otro diferente -y cultural- para el varón. De esta asimetría, también presente en el cortejo, la ocupación e incluso la respiración, se derivaba una defectuosa intercomunicación puesto que, al cabo, sus realidades eran distintas.
El descubrimiento de nuevas implicaciones de la simetría y el suceso de Oregón pueden juntarse como metáfora de nuevas igualaciones e intercambios. Pero ¿hasta qué punto de luz?
Siendo el caso de Thomas Beatie una excepción de alumbramiento, su caso induce, de nuevo, a la aproximación de los géneros. En la sexualidad, las ocupaciones, los designios se asemejan y la diferencia tajante, con sus amarguras, cambia por el más dulce placer del parecido. La pareja tiende hacia una reunión de seres no idénticos pero tampoco de distintos barrios. Así, del mismo modo que el mundo se mezcla cada vez más, el sexo se despliega en una gama cada vez más fluida y, desde la virilidad a la feminidad, cunde una cinta que tiende menos a distanciar los extremos que a unirlos en la pirueta de un círculo. El aro por donde se contempla el futuro del mundo, inspirado ahora en la "alianza", de civilizaciones, de opciones, de ligas de fútbol o de las desobedientes extravagancias del cuerpo imprevisto.