Vicente Verdú
Cuando estuve en China por primera vez, todos me decían que si me quedaba un mes escribiría un libro, si un año un artículo en una revista especializada y si un quinquenio nada. Así fue: estuve treinta y cinco días y escribí China Superstar para la editorial Aguilar, apoyándome en no sé cuántas lecturas. Anteriormente, a cientos y cientos de escritores y periodistas, les había ocurrido lo mismo. ¿El irresponsable atrevimiento de la ignorancia? No cabe duda, pero también, el entusiasmo del amateur que sin ser una virtud superior posee la fuerza de la valentía y la candidez para convertir la observación en inauguración y en novedad lo establecido. De esta osadía, no se derivan tan sólo vulgaridades y elementos excrementicios. Llegado a un determinado punto podría decirse que somos capaces de escribir más si no sabemos demasiado de una cosa. Es preciso saber algo pero sabiendo en exceso llega el empacho y su parálisis digestiva.
Entre los catedráticos universitarios se padece a menudo esta extraña malaria del conocimiento. Saben tanto de una disciplina, han consultado tal número de páginas, han visitado tan innumerables teorías que pierden la motivación y hasta el punto de vista. La superabundancia ahoga y la ignorancia degüella pero la información crítica, en pequeña dosis, dispara la imaginación como a las hormonas el sexo entrevisto.
No será aconsejable producir ciencia desde la carestía del saber pero, fuera de ella, el saber que merienda el amateur -se llama Steve Jobs o Bill Gates- produce objetivos que el profesional ni siquiera concibe. Simplemente porque el profesional tiende a seguir lo profesionalmente establecido como cierto, mientras el amateur, menos prescrito, goza la ventaja de jugar con la mentira y con la providencia de lo incierto.