Vicente Verdú
A estas alturas, sería ingenuo creer que esta crisis se va a quedar en una calamidad económica con sus graves consecuencias sobre la vida material de las personas. Son las personas, quienes también, metabolizando esta crisis transforman la realidad en una funeraria realidad. Ese metabolismo o deposición que hacen los ciudadanos tras tragarse forzosamente los males de la crisis hace de su masiva deposición un mundo diferente, ni siquiera mejor o peor, un mundo de mierda que determina el nacimiento de valores y ambiciones asociadas a los detritus asociados a la depresión.
La depresión psíquica, como la presión física, destila líquidos, inflamables unos y emolientes otros. Líquidos importantes , que alteran la calidad del porvenir.
Del provenir y su horizonte adquieren los caracteres que la maldad de la crisis inspira y modula día a día.
En este caso Occidente visualiza un porvenir notablemente alterado. Sustancialmente diferente y quebrantado. En esta expectativa vivencial van situándose cada vez mayor número de personas y, sin duda, en su interior el número abrumador que componen los proletarios y la antigua clase media ahora transformados todos en lo que los franceses llaman el "precariado".
Un precariado que envuelve a casi todos y desde cuya posición nacen tantas secreciones tristes como son el reduccionismo de las ambiciones económicas y, también, las expectativas de satisfacción o felicidad. Todos los cientos de libros destinados en los años noventa a procurar métodos para alcanzar de la felicidad han quedado obsoletos, ridículizados y laminados por el efecto demoledor de la "crisis sistémica". Extraño bicho que ha terminado con la totalidad de los cultivos "florales".
El pensamiento de un futuro mejor y hasta espléndido, dotado de posibilidades y altos ingresos, innovaciones que mejoraban y alargaban la vida, ha sido sustituido por una realidad que ha frenado tanto la esperanza de vida como la vida de esperanzas. Frente al trabajo que nos hacía ascender, nos conformamos con el trabajo que nos deje sobrevivir, contra la idea de progresar y hacer subir el sueldo, la idea de no quedar despedido. El capital, al fin, ha expuesto sus leyes y la sobreexplotación a cualquier precio se revela como la enseña del capitalismo imperial, amo del precio.
Alguna vez, en la socialdemocracia, se creyó otra cosa. Pero ¿quién no pensaba que se trataba de un aliño disfrazando su esencio? Ahora, topos desnudos, sin disfraces, a la crueldad del capital se opone apenas la piedad de la piedad ordinaria. Al extraordinario pavor de la especulación apenas se opone una manifestación de estudiantes. Y la oposición no connota con la revolución sino apenas con la aspiración de supervivencia y regreso a lo anterior, ahora humeante.
De este modo tanto la familia, como el amor, como el empleo, como el estatus se hallan demediados. No esperamos que la Gran Crisis, el Atila del capital, deje de imponerse y vuelva siquiera la mejor etapa anterior, sino a la más modesta. Esto es ya como un cuento infantil que apenas pide otra cosa que en la reyerta no mueran sus padres.
El pasado próspero, pasado está. El mundo por delante se presenta desprovisto de sus oropeles y sería grotesco, esperar que reproduzca las ambiciones de la etapa anterior. Los especuladores han ido matando como insectos venenosos que infectaron la atmósfera y los que todavía tratan de especular aparecen sin más como mamíferos grandes, terribles y ladrones. Sigue existiendo y actuando esta manada pero son ya, sin tapujos, delincuentes. Cada acción especulativa se manifiesta como acción capitalista criminal que unas veces mata a familias sin número y otras a países enteros.
Los especuladores que antes formaban parte del ejército de los inversores de capital se destacan ahora como criminales sistémicos. No buscan oro o beneficios, en el turbión del sistema sino que, como descubren las agenciad de rating son actores dirigidos a enriquecerse -lo consigan o no- mediante el asesinato de otros, asean particulares o estados completos. Delincuentes pues, que operan para aumentar la generosa pobreza general. Delincuentes pues no porque como sacan el dinero a otros sino porque su actuación impide que llegue el dinero a los bolsillos de los demás. Hunden países, sociedades, clases sociales. Son criminales en una economía que ha llevado su perversión capitalista al punto del exterminio. La hoguera del capital.
En medio de este siniestro medio, ¿qué otra cosa cabe desear que no caer muerto? Los sindicatos, los 15Ms se movilizan contra la masacre pero apenas, unos y otros, alcanzan a rozar las raíces de la masacre. A todo lo que aspiran estas organizaciones en tiempos de crisis y crimen es procurar farmacias para supervivir. A procurar que sus afiliados alcancen a fin de mes y sus familias no mueran víctimas de una penuria que aumenta su tóxico día tras día.