Vicente Verdú
"Lo que nos sale bien quisiéramos que fuese tenido por muy difícil", escribió Nietzsche en Más allá del bien y el mal. De hecho, cuando me pregunta algún amigo -y no digamos los familiares- cuánto tiempo me ha costado pintar ese cuadro están esperando a que responda pocas horas para, de inmediato, afianzar su predeterminado desdén. También aquello que se escribe en poco tiempo parece que posee poco valor. No puede valorarse solemnemente un vino si no es a través de su acumulación de años y esta ecuación que vale sólo para unos cuantos víveres, las catedrales o las pirámides de Egipto, se erige en motivo general de respeto o estimación. Lo que sale fácil, sale "demasiado" fácil. En cambio, lo que se tarda en hacer -especialmente en arte- nunca se le reprocha "demasiado" tiempo. De ahí, por ejemplo, que la escritura del periodismo, necesariamente veloz, haya tardado tanto tiempo en ser apreciada. Y, además, durante tan pocos años. Ahora, en periodismo, importa cada vez menos escribir bien puesto que ya todos somos periodistas (fuera y dentro de la red), todos somos escritores en el ciberespacio y hasta el espacio total ha sido sustituido en los negocios, la vida o la profesión, por el patrón del tiempo.
Tanto es así que ya lo moroso va remitiendo a la vetustez y la velocidad constituye, por antonomasia, la marca contemporánea puesto que incluso buena parte del mundo del arte y de la creación incluidas las instalaciones el net-art, las performances, el videoclip, la publicidad o los telefilmes son artículos efímeros consecuentes con la brevedad de su producción y la aceleración de aprecio y su consumo.