Marcelo Figueras
No leí Persépolis en su encarnación como novela gráfica, pero vi la película dirigida por su misma autora, Marjane Satrapi, en tándem con Vincent Paronnaud, y sinceramente me gustó mucho. Durante su relato -la historia de la infancia y juventud de Satrapi, marcada primero por el gobierno del Shah y luego por la revolución que, aclamada como una liberación por la mayor parte del pueblo iraní, desembocó en una tiranía teocrática-, no pude menos que pensar en la experiencia argentina y en la de casi todos los que hoy vivimos en Hispanoamérica. A excepción de los más jóvenes, también hemos vivido gobiernos autocráticos y persecuciones políticas y censuras y severas vigilancias religiosas. En muchos sentidos, aquella Irán de los ayatollahs nos sigue pareciendo exótica. Pero en esencia, la vivencia es la misma: los crueles mecanismos de la Historia -puestos en movimiento por la ambición y la codicia de los pocos y alimentados por la ignorancia y el temor de las mayorías- devorando destinos individuales con la avidez de un Moloch.
¿Cuántas existencias se extinguieron antes de tiempo por obra de la violencia, de la guerra y del fanatismo? ¿Cuántos Picassos murieron antes de empuñar el pincel, cuántas otras Guernica nos hemos perdido? Tantas familias destrozadas, tanto dolor, tanta orfandad inutil… Aunque las experiencias más traumáticas de nuestras vidas parecen formar parte del pasado histórico, la simple lectura de los diarios -en la mezquindad de los separatistas bolivianos, en la consagración como estrella pop de una candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos que a todas luces entraña más peligro para el mundo que diez Ahmadinejad- sugiere que estamos muy lejos de haber aprendido de estas experiencias. Y que el futuro mediato nos deparará más violencia, más fanatismo -y más muertes.
Si no tuviese esperanza en el destino último de nuestra especie no habría traido hijos a este mundo. Pero a veces la compulsión de muerte que guía a tantos congéneres como lemmings al abismo me lleva a preguntarme, como U2 en Sunday Bloody Sunday, cuánto tiempo más deberemos cantarnos esta canción.