
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
La simpatía, el optimismo, la irresponsabilidad y hasta la alegría de vivir que desprende la figura del amateur frente a la seriedad del profesional, ha venido a ocupar ya casi todos los territorios de la cultura contemporánea. De una parte es gracioso que el blogger sea escritor, que el garabato pasando o no por el graffiti sea la pintura y que los videos caseros se conviertan en material del auténtico cine.
Sin embargo, cada uno de estas traslaciones, actúa como una feroz degradación del producto bien hecho, exigente y refinado. The Cult of amateur se llama un libro aparecido en Estados Unidos en 2007 donde su autor Andrew Keen realiza un examen de estos fenómenos que cambian el contenido y la naturaleza de la cultura, hacen de sus alimentos un fast food generalizado y crean, al cabo, tanto un olvido de la perfección como un modo alternativo poderoso en la formación del gusto, sea de la juventud, de sus tíos y de sus primos.
Por ejemplo dice Keen que, muy probablemente, tanto MySpace como Facebook están creando una tóxica cultura de narcisismo digital; que las fuentes abiertas, los diferentes wikis y wikipedias van minando la autoridad de los profesores en sus clases y tutorías; y que, en definitiva, la generación YouTube tiende a estar cada vez más interesada -o exclusivamente interesada- en la autoexpresión y no en el aprendizaje del mundo exterior. Un ensimismamiento en el yo amateur que si acaba con el interés por los profesionales, se trate de periodistas, maestros o artistas, genera un desbordante saber de baja calidad, tan coherente cono la baja calidad de las prendas y muebles baratos como con las rebajas en las instituciones democráticas, el deterioro de los políticos y el descrédito de la moral.