
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Es un lugar común decir que los pintores carecen del don de la palabra. No es, sin embargo, un error. En numerosos casos los pintores, carecen de la facultad del pensamiento lógico y consecuentemente de una reflexión más o menos cabal referida a su obra y a la de loso demás. Son de este modo genios puros. Seres de otra condición capaces de relacionar su alma con el alma de las cosas sin que la necesaria conversación inherente a la producción artística pueda ser compartida con nadie.
Pero, además, el lenguaje silencioso de cada artista sería, a la vez, singular. Ningún artista emplearía un lenguaje trasmisible oralmente a otro y, en consecuencia, tampoco entre ellos cabe esperar conversación alguna. O, al menos, conversación con sentido común. Cada uno mantendría su sentido al lado del sentido de su partenaire y no para impedir la comunicación entre ellos mismos, aún su pesar, sí sino la comunicación general con otros grupos. Harían peña los artistas plásticos en tanto que individuos afásicos. Fuera del habla y fuera, paradójicamente, de "la fase" oral. Infantes puros, infans o seres primarios a los que se les niega la originariamente la palabra como forma de conseguir alguna identidad. Se les negaría por propia constitución y no por censura ni por deficiencia, ni por ninguna otra mutilación sino por la naturaleza propia de su arte que concentrado en el silencio perdería verdad si permitiera una versión acústica. Tan silente, tan concentrado en la intensidad de la mirada ( naciente del cerebro de la mirada y dirigido al espectador) que tan sólo con ella solventaría su solipsisimo y su gozo, su mutismo y su elocuencia serían una misma cosa dentro de su condición peculiar. . De este modo, los pintores -a diferencia de los arquitectos, extraordinariamente parlanchines, no dirían nada sobre su cuadro ni necesitaría hacerlo ni les sería posible lograr esa pretensión. Precisamente, todo pintor que escribe, hace poemas, elabora reflexiona sobre el arte, va perdiendo con cada palabra una partícula de la posible magia que ha formado su composición. La pintura ante la palabra craquela. La mirada que el cuadro emite se enturbia al definirla, se decolora al nombrarla, se vulgariza y, al cabo, se consume por el sonido de la dicción. El pintor inventa en el cuadro a través de una expresión que no soporta sino las formas y colores y su traducción en letras, en proclamas, en elogioso no lleva sino al mercadeo, el camelo y la patética falsificación.