
Eder. Óleo de Irene Gracia
Vicente Verdú
Hay un abismo entre el plato vacío y el plato lleno. O mejor, hay un abismo entre el plato lleno y el plato vacío. Este hiato se describe pictóricamente como el clamor del hambre y, semióticamente, como la palabra y el mutismo. La mudez, la oratoria y el silencio, el argumento y la nada.
La casa da el plato impulsa a hablar. La casa da el habla. Siendo de un linaje alimentario se posee un lenguaje y teniendo un lenguaje sustancial y propio se posee un poder. El discurso del poder del plato en su variada versión.
Del plato llano se parte para el discurso llano y del plato hondo – el segundo plato capital- para el discurso más trascendencia. Juntos forman, en combinación con otros que componen la integridad de la vajilla la pertinencia a un sistema donde el conjuntos se integra como un juego de juegos significantes en el valor general.
No cualquier valor general, sino el valor particular concebido y respetado como una enseña de familia, de manera que es en los juegos de platos, como en los de la cubertería o en la cristalería donde se plasman o inscriben las señas ( o iniciales) de la casa.
Esa casa es dueña de una insignia que trasmite su marca a los alimentos que sirve y, en consecuencia, su característica alimentaria forma parte de su territorio y su campamento distintivos. Esa familia, esa nobleza, ese linaje, se graba en las piezas de comer como lo fuera en su armamento, puesto que disponer con propiedad de la comida concede un estatus de privilegio, de prevalencia o de identidad social
Sólo los mendigos carecen de platos propios y marcados. Exponen sus platillos mendicantes y anónimos como soportes de una limosna que indiferenciadamente reciben de aquí y de allá. Son mendigos y nómadas. no poseen el alimento por su casta sino por amor de Dios, azarosamente, milagrosamente. Son, de este modo, por-dioseros. Deben su sustento a la caridad en cuanto trasunto del posible amor de Dios repartido caprichosamente sobre la conciencia de los hombres.
Se alimentan, por tanto, basados en la piedad o, lo que es lo mismo, en la estocástica intersección de la benevolencia divina. La providencia les provee, los files le ofrecen sus cosechas en un juego de benevolencia y azar.
El plato vacío, en la vida tradicional es sinónimo de una petición extrema. El plato lleno es equivalente a la gula pero el plato vacío es patrimonio e Dios. Entre ambos extremos se halla la virtud, el alimento que se reparte en forma de cuerpo místico o el sustento que se dona en nombre de la caridad.
Dentro de las casas modernas el plato se apila como un rutinario instrumento del almuerzo o de la cena pero todos los platos reunidos, presentados en resma, dan a entender el desahogo de la economía doméstica y su potencial capacidad para cubrir el aforo de los diferentes platos requeridos.
Hondos y llanos, bandejas y platillos de postres, se reúnen en el sistema del banquete que la familia se otorga u ofrece festivamente a los parientes o la los demás. He aquí una seña de poder burgués que no se representa en las cuentas corrientes, ni las escrituras, sino en los atributos instrumentales para invitar a comer en el hogar.
Contar con una vajilla, una cristalería y una cubertería completas remite a un nivel social que no sólo come bien y holgadamente sino que invita a comer gentes del exterior. La casa goza del poder de invitar y, virtualmente, cuenta con invitados plurales. Gentes que procediendo del exterior se atienen al interior a través del régimen que dispondrá el menú. s.
La cocina es una máquina de poder. Lo constata el cocinero, sea o no profesional, y lo exhibe la casa en cuanto bajo su menú particular ve sometidos a los comensales. Agasajados sí pero, a la vez, gobernados por el firme dictado de los platos. La cocina es una máquina de poder: obliga al asentimiento de los invitados e impone con su composición el gusto de los invitados.
n todos estos actos, el plato cumple una función esencial. En su superficie se deposita el alimento propio de la casa, su interpretación del gusto o el linaje y de su contenido han de participar los comensales, los partícipes de su digestión posterior, realizada en cada estómago individual más o menos orquestada por la dirección de la casa. El plato actúa, en consecuencia, como un intermediario entre la oferta y su metabolismo, entre el rito de la invitación y la realidad del colon.
Todo plato, como en el ofertorio católico, es una ofrenda al más allá pero, en cuanto elemento mediático, conlleva una surte de regalo social que reclama una contraprestación social.
Todo plato en soledad es un espejo del fracaso individual mientras todo plato en la concurrencia de una mesa conlleva una positiva manifestación social. Frente al plato en soledad donde prevalece el espejo deletéreo, el plato desplegado en sociedad y convertido en vajilla disponible. Entre uno y otro extremo discurre la escala del vasallaje. la asimetría del don y el contradón, la evidencia del plato como un plano en donde se provoca la deuda infinita, teológica, o la deuda humana de la contraprestación. Acaso nunca, con más contundencia, se advierte que todo regalo alimenticio reclama su equilibrio igual. Y de ahí las interminables cenas de sociedad siempre incapaces de cumplir, plato a plato, la deuda social del banquete y su simbólica simetría institucional.